Sigilosa en la Amazonía
Sigilosa en la Amazonía
La brisa suave e inusual de
aquella madrugada, contrastaba con el calor intenso que reinaba todo el
año en Puerto Ayacucho, capital del Estado Venezolano de Amazonas, con
temperaturas que oscilaban entre los 28 y 33°C. Temprano, cuando aún faltaban
varias horas para que el sol saliera a escena, los viajeros partían con rumbo no
fijado y con la ilusión de pasar por el Tobogán
de la Selva o por alguno de los Atures
o Maipures; -atracciones naturales y rápidos en el Orinoco que prometían
ser una escala placentera, según lo que habían estudiado en los libros, dos de
los miembros del grupo-. En una semana pondrían en práctica sus aprendizajes
acerca de mecanismos de búsqueda y rescate, que los certificaría como especialistas
en el tema.
Exiderio Patía sería el jefe del campamento y quien estaría encargado de ilustrar, dada su comprobada experiencia y edad, a Victoria Caroni, Daniel Apure y su hermana Maríamar, Manuel Aponte y Carlos José Larrazábal. Todos se habían prometido a sí mismos, hacer de aquella, una experiencia inolvidable para sus vidas como voluntarios de la Defensa Civil Venezolana.
Mapa Estado Venezolano de Amazonas, Puerto Ayacucho - San Fernando de Atabapo. |
Exiderio Patía sería el jefe del campamento y quien estaría encargado de ilustrar, dada su comprobada experiencia y edad, a Victoria Caroni, Daniel Apure y su hermana Maríamar, Manuel Aponte y Carlos José Larrazábal. Todos se habían prometido a sí mismos, hacer de aquella, una experiencia inolvidable para sus vidas como voluntarios de la Defensa Civil Venezolana.
Y el escenario no podía ser más
majestuoso; se trataba de una locación, -conocida por Exiderio, pero desconocida por el resto
del equipo-, entre la capital y San
Fernando de Atabapo, en la frontera con Colombia, marcada por el gran río Orinoco. Tierra de la nómada y milenaria
Nación Yanomami, -apenas conocida en
la década de los 50 y practicantes del canibalismo funerario-, dada su creencia
de que en los huesos humanos reside la energía vital, se comen las cenizas de
los huesos de sus parientes muertos. Y allí donde no muy lejos, el Orinoco se convierte en los ríos Caroni y Negro, que hacen que otro grande, el río Amazonas, deje ver en negro y marrón sus aguas. Paisaje que adornan
los raudales de Atures y Maipures y pulmón que brinda la mayor parte del
oxígeno que respira hoy el planeta tierra. ´
Río Orinoco, Estado Amazonas, Venezuela |
Durante la marcha, los dos
maestros de Geografía e Historia, parte de la tropa y, que bien conocían el
territorio, aunque sólo en los libros, aleccionaban con pasión a sus compañeros
acerca de la majestuosidad del paisaje; -Exiderio
prefería guardar silencio-. Pasaron por rápidos caudalosos que les permitieron
poner en práctica lo aprendido, cruzándolos juntos con la ayuda de una soga;
también surcaron antiguos caminos, tal vez los trazados por los Yanomamis. Observaron con temor animales
desconocidos, que huían ante su presencia por entre la vegetación o,
-quizás eran los ojos de emisarios enviados por los Yanomamis, mimetizados en la espesura para vigilar su territorio-. Sus espíritus aventureros osaban hacerse uno
con aquella naturaleza y sus pulmones absorbían cada gota posible de aire puro,
haciéndolos olvidar de los posibles peligros que albergaba aquella ignota tierra.
Raudales de Atures |
En sus mochilas, con un peso entre
los 15 y 20 kilogramos, llevaban: sogas, plásticos, carpas, colchonetas; un menaje
compuesto por una olla, una cacerola, un vaso y un plato de aluminio con su
respectiva cuchara; también cerillas debidamente barnizadas con esmalte de uñas
y protegidas en una bolsita de plástico resellable. Llevaban además termos con
agua y, colgando en una de las tantas amarraderas, el respectivo casco
institucional. Al cinto portaban machete, daga, navaja y una linterna. A este
cargamento se sumaban sus básicos elementos de aseo personal, bloqueador solar,
repelente, toalla y un par de pantalones y camisetas. Todos calzaban botas altas, de
caucho, a prueba de todo o de casi todo, -según prometía el comercial que las
promocionaba-. Uno estaba encargado de llevar el botiquín de primeros auxilios
y el equipo de radio-GPS, –la restricción era clara, la radio debía ser usada
únicamente en caso de emergencia-, en aquellas circunstancias nunca se sabía.
Luego de haber caminado por más de siete horas, alcanzaron uno de los tan soñados parajes que les permitió zambullirse en el agua y luego comer algún tentempié. Compartieron cachitos traídos por Maríamar y guayabas maduras que Exiderio había recogido durante el camino y, que primero intercambió éste con aquella, en un silencio cómplice-, y que todos pasaron con agua.
Tobogán de la selva, Puerto Ayacucho, Estado Amazonas, Venezuela |
Luego de haber caminado por más de siete horas, alcanzaron uno de los tan soñados parajes que les permitió zambullirse en el agua y luego comer algún tentempié. Compartieron cachitos traídos por Maríamar y guayabas maduras que Exiderio había recogido durante el camino y, que primero intercambió éste con aquella, en un silencio cómplice-, y que todos pasaron con agua.
-Riatas a la cintura, morrales a
la espalda, emprender la marcha de nuevo-, ordenó Exiderio cuando apenas había transcurrido menos que una hora. -El
pequeño pelotón acogía al instante las órdenes-. Emprendieron otra vez el camino,
pero esta vez cantando: –“señor comandante”,
empezó Exiderio con voz de tarro; “señor comandante”, repitió el pelotón
vigorizado; continuó Exiderio, “vamos a la guerra”, y repitió la tropa; “llevando muchachas…”,
“a las cordilleras…” y así fueron cantando y repitiendo, haciendo el camino
y el peso más llevadero-. Luego otra
canción; -“Mambrú se fue a la guerra, ¡qué
dolor, qué dolor, qué pena!, no sé
cuándo vendrá. Do, re, mi, do, re, fa, no sé cuándo vendrá”-, desentonaron
animados, espantando a cuanto pájaro, armadillo o espíritu atisbara asomarse en
el camino-.
Loros típicos del Amazonas |
Cerca, entre aquella exuberante
vegetación, intensamente verde y de tupidos arbustos, escucharon la presencia
de una cotorra que no se había espantado; ella emulaba con su tono ronco y burlón
la letra de la canción, que repitieron por partes y a voz en cuello, sin
detener el paso, mientras ella también repetía y los seguía. –No podían contener
la risa, tuvieron que sostener sus estómagos que parecían rasgarse de
placentero dolor; hicieron bromas y carcajearon hasta más no poder-. Cualquier
cambio en el timbre de voz, del tono y hasta de la melodía, era captado por la
esmeraldada ave, que insistente los seguía. Daniel
añadió un silbido a la melodía, que al instante copió la carraca
parlanchina. A su tiempo, Victoria añadió
una exclamación, -“Mambrú se fue a la
guerra”, ¡oh no!-, igualmente calcada por ésta. Siguieron cantando y
riendo, hasta que la risa no se los permitió más o hasta que la lora se cansó
de divertirlos.
Era preciso alcanzar el destino
no fijado antes del anochecer, así que Exiderio
empezó a trotar, sus subalternos, uno detrás de otro, siguieron su paso. Se
mantuvieron a ritmo por alrededor de una hora, hasta que sus cuerpos empezaron
a sentir el peso de la fatiga, -la madrugada, sumada a las risotadas adoloridas, el peso en sus espaldas, el cruce por los rápidos y el trote, los había dejado exhaustos-.
-Tropa, descansar e hidratarse,
ordenó el jefe-.
Todos, como en una preparada coreografía,
descargaron sus morrales, que cada vez se hacían más pesados y, luego estiraron
sus camisas empapadas en sudor. -Victoria
le pidió a Maríamar que la acompañara
a algún matorral, pues la naturaleza llamaba apurada-. Los hombres por su parte
hicieron lo mismo, ubicándose al lado contrario de las chamas, muy cerca el uno
del otro, quizás con algún temor. Al cabo de unos cronometrados cinco minutos, Exiderio demandó ponerse otra vez en movimiento,
esta vez con paso moderado, -lo que agradecieron sus compañeros-.
Hermoso atardecer en el río Orinoco |
La anaranjada luz en el cielo anunciaba
que serían ya quizás más de las seis de la tarde, ¿tanto habían caminado? –Comprobó en
su reloj de bolsillo Exiderio, sorprendido-.
Su brújula, que miró rápidamente, le indicaba que se habían mantenido en la dirección
correcta y eso lo tranquilizó, -aquel era un terreno por él conocido, aunque
por momentos le parecía estar dando vueltas en círculo-. Era el momento de
encontrar un lugar dónde acampar. El protocolo establecía un terreno regular, mejor
cerca de una fuente de agua, pero evitando zonas bajas que pudieran ser
cauces naturales, en caso de lluvia. Nunca
al lado de un abismo y evitando ubicar las carpas entre dos colinas para evitar
ventiscas. Caminaron por una hora más, contaban los minutos que les pesaban
tanto como la fatiga de sus cuerpos, hasta que de pronto, como caída del cielo,
Exiderio divisó una explanada cerca
del río, que cumplía con todas las condiciones, -la luna estaba a su
favor, llena los vigilaba sigilosa-.
Exiderio, quien dejaba ver en su rostro un tremendo cansancio,
marcado en sus acentuadas líneas de expresión y en su voz ronca y apagada, les
pidió descansar-. Todos se sentaron, se quitaron las botas y bebieron agua, -querían
dormir al instante, en ése mismo lugar y levantarse en dos o más días. Sus
espaldas adoloridas por el peso de los morrales y sus pies magullados por el
calor que producían aquellas botas de caucho, hacían como si sus cuerpos fueran
a reventar-. Habían sudado como elefantes y no estaban dispuestos a hacer el
menor movimiento. El vigor de aquellos jóvenes se había extinguido, -qué decir
de Exiderio que les llevaba un par de
décadas-. Por momentos pensaron que calzar botas había sido una mala decisión.
Imagen ilustrativa de las maravillas naturales que se encuentran en ésa región. |
Pasados quince minutos, viendo Exiderio el estado de cansancio de sus compañeros, les dijo: -si queremos dormir temprano, debemos
movernos presurosos y armar el campamento, así que el trabajo queda distribuido
de la siguiente manera: Victoria y Daniel
están encargados de proveernos una cena ligera. Maríamar, favor organizar la tienda de campaña una vez armada,
disponer las provisiones, el equipo de comunicaciones, el material de primeros
auxilios y el material de rescate; -una fuerte tensión pasional dejaba entrever
Exiderio cada vez que miraba o
pronunciaba el nombre de Maríamar-. Manuel, Carlos y yo nos encargaremos de
armar las cuatro carpas: -una estaría destinada a tienda de campaña, otra a las
mujeres, una tercera al jefe y la cuarta a los otros hombres. Mañana podremos
pensar en mejorar el campamento, -continuó Exiderio-. Pelotón, manos a la obra, -Y, finalizó su instrucción-.
Imagen ilustrativa |
Haciendo de tripas corazón, la
tropa se puso en aletargado movimiento, pero pronto las cuatro tiendas
estuvieron armadas y las primeras chispas del fogón de leña crepitaron.
Mientras tanto Exiderio se sentía
desfallecer. Si por el fuera se habría encerrado en su tienda a dormir, sin
importar que el hambre ya lo devoraba. Afortunadamente y para todos, los
cocineros, devorados también por el hambre, volaron. -Arroz blanco, maduros
fritos y ensalada de atún con mango recogido en el camino, serían el menú. Como
postre, un apachurrado golfiado, ya sin encanto, que Victoria
les traía como sorpresa. Otra vez agua, ahora tibia por el calor y la humedad, fue
la bebida-. Pronto, todos con plato, cuchara y vaso en mano, los dejaron
limpios en un santiamén. Ni el pegado del arroz, ni tajada de maduro alguna
quedaba en las ollas. ¡El alma les volvía al cuerpo!
Aquella noche ninguna actividad
estaba planeada, sin embargo los más jóvenes, recuperadas ya las fuerzas,
propusieron una caminata nocturna, aprovechando la luz que les proveía aquella
hermosa y romántica luna. Exiderio se
excusó por no acompañarlos, pues sólo quería dormir; -Maríamar lo lamentó profundamente. Ella hubiera preferido quedarse con él-. Linterna y machete en mano y
con la ilusión de divisar las ya olvidadas estrellas, se pusieron en camino. Por
su parte, tendido en su carpa, Exiderio pensó
en las actividades del día siguiente; y, pasados unos diez minutos lo venció el
sueño, su cuerpo no daba más, con ropa y botas puestas, su cuerpo y espíritu se
doblegaron.
De regreso, las mujeres se
dirigieron presurosas a su tienda, igual hicieron los hombres, al día siguiente
les esperaba otra dura jornada. Maríamar sería
la encargada de despertarlos a todos a las siete de la mañana y preparar el
desayuno con Carlos José. ¡Todos
durmieron como poseídos por un espíritu misterioso de la selva!
Temprano, -una bruma delicada
flotaba todavía en el aire-, antes de lo acordado, Maríamar se despertó con una imagen fija en su cabeza: Exiderio; -o la tensión pasional era mutua-; lo había visto muy agotado la noche
anterior, así que alada como por un imán, se dirigió a su carpa para comprobar
si aún dormía. Mientras se incorporaba, pudo ver entreabierto el cierre de la
carpa de su jefe, pero no podía precisar lo que veían sus ojos todavía legañosos
e hinchados, se trataba de algo que brillaba ante los primeros rayos de sol. Curiosa
caminó y de pronto, un grito desgarrador salió desde lo más profundo de sus
entrañas, -¡auxilio, socorro!, ¡auxilio, socorro!- Mientras un llanto abundante
emergía, -¡auxilio, ayúdenme!-, la histeria poseía ahora todo su ser.
Sus compañeros, despertados por
los gritos y pedidos de auxilio, corrieron, no se explicaban qué podía pasar,
vieron que Maríamar, a unos palmos de
la tienda del jefe, señalaba con su mano derecha la entrada de ésta; se
acercaron y comprobaron que se trataba de una serpiente, y muy grande, mejor
dicho, gigante, era una anaconda, -recordaron que aquel era territorio de
anacondas-, temieron abrir la puerta de la carpa, ninguno se atrevía a ver cómo
se encontraba Exiderio, pensaron lo
peor-. Fue Manuel, quien previendo lo
peor, se había armado de cuchillo, y quien propuso con un movimiento acceder a
la tienda por detrás, -todos lo siguieron-, la rasgó, y, entonces, comprobaron consternados la
fatídica escena. Exiderio, estaba en
estado catatónico. Carlos José le
repetía una y otra vez que no se moviera, que se mantuviera quieto y calmado, a
los demás se les había petrificado la voz en el pecho tanto como a Exiderio, el cuadro era surreal.
Carlos José pidió a todos traer sus machetes, había que hacer algo
inmediatamente. -Exiderio había
perdido el sentido para entonces-. Machetes en mano, todos aguardaban por las
instrucciones del confundido Carlos José,
que no estaba seguro si debían atacarla por la cabeza o por la cola, temía
cortar la pierna de Exiderio. –Hay
que matar la serpiente, dijo, pero ninguno empezaba. Unos segundos más y fue Maríamar quien blandiendo su machete con
furia cortó la cola del monstruo y, luego lanzó el machete asqueada. Manuel, impotente pero decidido, acertó
otro corte y luego otro y otro. Hay que poner atención para no cortar la pierna de Exiderio, -dijo Daniel-. La víbora, que ante
la amenaza había ya regurgitado su presa, emitía un ruido aterrador y de sus
fauces emergía un olor insufrible. Todos llenos de furia y de dolor, lanzaban acertados
y fallidos machetazos. Se sentían como poseídos. Victoria, volviendo en sí, exclamó: -ya está muerta, retiremos las
partes no vaya a ser que nos ataquen-, nadie comprendió la lógica de su
sentencia, pero guardaron silencio.
Imagen ilustrativa. Cabeza de una Anaconda. |
Expuesta estaba ahora lo que
quedaba de la pierna derecha de Exiderio. -Al ver la bota puesta en su otra pierna, concluyeron que debido a su agotamiento y por
haberse dejado las botas puestas no había sentido a la sigilosa Anaconda-. Los
jugos gástricos de la víbora dejaban su pierna en carne viva y más delgada. En
algunas partes el hueso quedaba expuesto. Nadie sabía cuál sería la acción a
seguir. ¡No les habían entrenado para nada semejante! Fue Maríamar quien propuso utilizar la radio, -por fortuna para eso sí
estaban entrenados-; así que se dirigió con Daniel
a la tienda de campaña, había que pedir ayuda. En una hora, -que a todos se les hizo eterna-; un helicóptero con paramédicos rescataba al mal herido y
traumatizado jefe y a Maríamar, quien
había sido delegada por sus compañeros para acompañarlo, -su sufrimiento era
similar al de éste-. Los demás se quedaban aterrados y estupefactos en la tierra
de las Anacondas, a la espera de las acciones que autorizaran sus superiores de
la Defensa Civil en Puerto Ayacucho, para sacarlos de allí. Todos miraron sus pies y comprobaron que haber usado botas había sido una mala
decisión o tal vez debieron haber dejado encendido el fuego. Su certificación como especialistas en búsqueda y rescate quedaría pendiente.
Viví cada belleza de ese paisaje selvático, escuché las aguas y los pájaros y me aterré tanto o más que maría mar con la abaconda.
ResponderEliminarY me sigo preguntando:qué pasó con Exiderio?
...
Estimado-a lector-a, aprecio tu tiempo y tu capacidad para dejarte afectar por estas líneas. Sí, el final abierto te brinda la posibilidad de poner a Exiderio en cualquier escenario, todos son posibles, se te ocurre alguno? Quizás la muerte? La discapacidad? Un abrazo.
ResponderEliminarMe encantó, muy descriptivo, el final completamente sorpresivo y real. Que bien...
ResponderEliminarMi querido-a amigo-a, me encanta que te hubiera encantado. Sí, es una historia real, nadie pensaría que pudiera pasar, pero le pasó a un conocido de un amigo, es surreal y está cargado de ficción. Gracias por leerlo y comentarlo. Un abrazo.
EliminarQué vivencial relato! Me sorprendió la forma en que viví la lectura, me sumergí en ella. Al final me di cuenta que terminé completamente tensionado, felicitaciones. Un abrazote. Gustavo Alzate.
ResponderEliminarMi querido Gustavo, me alegra saber que te metiste de tal manera en el cuento que te hiciste uno más de los personajes, de eso se trataba. Gracias por leerlo y disfrutarlo.
EliminarHola buenas tardes ... como esta Luis Fernando, ese escrito está absolutamente bello y los paisajes fabulosos. Dios lo bendiga por su talento ...Gracias por compartirlo conmigo. Gladys Pulgarín.
ResponderEliminarSra. Gladys, gracias a Usted por hacer tiempo para leerlo y comentarlo y, sobre todo por disfrutarlo. Un abrazo.
EliminarHola, mira muy bien por lo que estás escribiendo, estos cuentos de nuestras tradiciones culturales. Nos permite vivir mucho más esas realidades de cada punto de nuestro país, es algo nos permite inculturarnos. Te felicito por eso amigo, sigue trabajando cada día más para darnos a conocer cada día de tus cuentos, reflejando nuestro país. Juan Cho Garcés.
ResponderEliminarMil gracias Juan Cho, por invertir tiempo en esta lectura. Gracias por comentarlo y por ser fiel seguidor. Un abrazo.
EliminarHola, Luis Fernando, ayer leí tu cuento. Te felicito por lanzarte al mundo de la narrativa. El tema me gusta mucho. Sin embargo, me parece que en el escrito se alternan la crónica con el cuento. Creo que esto te sucede porque la riqueza de lenguaje y tanto detalle te desvían del tema propiamente dicho. Por eso uno siente que termina en punta. ¿Y sabes? La fotografía y mapa hacen que la crónica se robe el cuento.
ResponderEliminarTe agradezco que me hayas tenido en cuenta. Un abrazo. Yolanda Corredor.
Hola mi querida Yolanda, aprecio que te hayas tomado el tiempo de leerlo y, sobre todo el tiempo para hacerme tus comentarios que valoro enormemente, sabiendo de la experticia de quien provienen. Sí, es de las cosas que tengo que pulir, vamos a ver cómo lo logramos.
EliminarTe mando un abrazo de gratitud.
Estimado Luis. Gracias mil por su amistad y deleitar mis pensamientos. Felicidades por recordarme otra historia titulada "Infierno Verde", y estoy hablando cerca o circa como se dice en Latín, los 1960's. En esta historia se hablaba de Las Amazonas, que lo comparte Brasil, Colombia, Venezuela, Perú, y quisiera añadirle a Panamá que perteneció a Colombia. En esta historia se hablaba de las marabuntas o sea hormigas salvajes que dejaban limpia las sendas por donde cargaban sus alimentos, éstas criaturas de Dios y de la selva. Gracias por todos tus escritos mi gran amigo. Luis Herrera.
ResponderEliminarGracias a tí, Luis por invertir tiempo en leer mis escritos y comentarlos. Un abrazo.
EliminarEstoy con los pelos de punta, es de esas escrituras que uno no quiere que terminen. gracias. Alcira Araque de Antor.
ResponderEliminarGracias a tí, Alcira por leerlo y comentarlo. Un abrazo. Sigamos en contacto.
EliminarQue bien... Felicitaciones, quisiera que fuetan más largos los escritos.
ResponderEliminarMi querida amiga Aracelly, que bueno encontrarte del otro lado, ya vendrán más narraciones, quizás más largas o más cortas, en todo caso, llenas de vida, de mi vida y de mis búsquedas. Un abrazo.
EliminarVolataire referenció esta frase “La escritura es la pintura de la voz” y no sabes cuanto la asumo en cada cuento de tu Blog....que la inspiración y relatos compartidos se conviertan en una narración mágica cargada de ideografía y pictografía...te enaltece...que bueno ser testigo presencial de cada palabra plasmada en tu Blog....ánimo y adelante....
ResponderEliminarMi amado Flavio, gracias por ser fuente de inspiración constante, por ser historia fresca y relato fluido, por hacer de este esfuerzo de escritura una oportunidad de realización. ¡Que sigamos construyendo historias!
EliminarQue belleza...solo admiración... Lina Castaño.
ResponderEliminarGracias Lina, un abrazo. Te invito a leer los demás posts.
EliminarMi querido Luisfer, no dejas de sorprenderme con tu modo de narrar, uno se siente parte de la historia....me dió mucho miedo la parte que hablas de la anaconda, cuando me dí cuenta estaba muy tensionada. Hermosas fotos!!
ResponderEliminarMi querida Iris, gracias por seguirme de cerca a través de estas líneas, y por dejarte atrapar por ellas. Aprecio tu tiempo, tu comentario y tu cercanía. Un abrazo.
EliminarFelicitaciones por tus escritos me encanta tu originalidad, plasmas lo que eres un gran hombre cuya imaginación no tiene límites. Gracias por regalar tus experiencias de vida mediante lo que más me apasiona, escritos. Leonor Laso.
ResponderEliminarMi querida y siempre recordada Leito. Valoro tus palabras en toda su dimensión, como emanados de una bella fuente de la que también bebí.
EliminarMe halaga saberme leído y deleitado en mis líneas.
Hola Luis Fernando, leí tu cuento, me encantó, me parece que eres muy descrestador para escribir, como que preparas al lector para unas cosas y, luego le tiras otras y eso es lo que más encanta. Me dejas sorprendida de tu calidad. María Luisa Mahecha.
ResponderEliminarMi querida María Luisa, gracias por la generosidad de tus palabras que recibo sabiendo de tu experiencia como maestra de Español y Literatura. Un abrazo.
EliminarQué maravilla de relato. Lo disfruté enormemente Y con sus palabras y las fotografías, siento que conocí esa-región.
ResponderEliminarSolamente evitar frases tan largas.
Dad su creencia.........vital (coma)
Repetición del término DE
DE que
De los huesos
De sus parientes
Repetición de QUE
que hacen que.
Durante la marcha (frase larga.....). Luz stella Muñoz.
Gracias Luz Stella. Tengo mucho qué aprender. Gracias por tus correcciones.
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