Presidente a los 13
Presidente a los 13
El afro
desenfadado de Amanda Triviño le aportaba más preguntas que
respuestas a su inteligencia de chiquilla precoz. Acribillaba constantemente a
sus padres con impertinentes preguntas acerca del porqué de su cabello complicadamente
ensortijado:
-¿De dónde heredé yo, mamá, este cabello? Ni mi padre ni tu ni mis
hermanos tienen un cabello como el mío, entonces, ¿qué fue lo que pasó? ¿En qué
eslabón de mis genes puedo encontrar la respuesta a mi afro?
-Y terminaba con un dejo de picardía en la voz, como para molestar a sus padres, quienes no hacían más que sonreír
ante tal impertinencia.
Y es que aquel
afro, visiblemente hermoso hacía que Amanda fuera distinguida a leguas de
distancia, ya por su volumen y por su altura, ambos por igual. Ella era una adolescente
para el afro, así como hay personas para los ojos verdes o para la delgadez o
para la nariz aguileña, o gorditos para la alegría. ¡Amanda era para el afro! Los dos se conjugaban
perfectamente.
En Amanda todo
casaba al igual que su arrolladora personalidad que le daba desenvolvimiento y
una particular facilidad de interlocución con los adultos. Únicamente hacía
falta escucharla discurriendo con los viejos para comprender que ella, su
personalidad y su afro formaban una unidad indisoluble.
A sus nuevos
maestros de séptimo grado, no les quedaba duda de que estaban frente a una
damita educada, inteligente, con una capacidad de expresar las más complicadas
ideas como ningún otro chico o chica de su edad, y, sobre todo, con un don de
gentes tremendo. Amanda era decidida, nada le quedaba grande, a do quiera que
hubiera que ir, ella estaba presta, tenía tiempo para todo y para todos. Su
responsabilidad era su escudo, de ella hacía gala, ya en la entrega de tareas, en
el cumplimiento de los deberes en casa y en la asistencia a cuanta actividad se inscribía.
Cuando era
interrogada acerca de qué quería ser cuando grande, ni una pizca de duda se dejaba
entrever en su convincente repuesta:
-“Presidente de la república”.
Por su puesto,
sus pares dejaban escapar risas socarronas y gestos de no siempre ingenua burla,
que ella eludía con su consabido discurso:
-“Niños, hay
que pensar en grande, somos el futuro de este país…”.
Amanda poseía
un alma vieja tal cual lo expresaba su padre, don Polidoro:
-Hay almas que
nacen ya viejas, auténticas, dotadas con todo lo que se necesita para subsistir
en la vida, y mi hermosa niña, es una de ellas; -decía el viejo con orgullo.
Si se trataba
de asistir a niños menores y mayores que ella en las tareas escolares, no había
otra, o más bien había otros que la asistían cual presidenta en gabinete de
ministros. -Niños, todos por favor presten atención; y les explicaba con
maestría el secreto para aprender las tablas de multiplicar, tema en el que se
había convertido en referente para todos los padres:
-Señorita
Amanda, por favor, le voy a mandar a mi niño para que le ayude con las tablas
de multiplicar; fue una de las más sonadas solicitudes aquel año escolar.
–Señorita
Amanda, por favor ayude a mi chiquilla con la lectura del reloj; fue otro de
los pedidos.
Terminando
séptimo grado, Amanda solicitó a sus padres autorización para acompañarlos a
las reuniones de la junta de acción comunal, y les rogó responder
afirmativamente. Ella tenía que aprender los gajes de aquel oficio que
encontraba fascinante. Había mucho qué hacer por su comunidad y ella podría
aportar varias de las soluciones, -les decía con tal seguridad que no quedaba más sino decir que sí.
Sus padres se miraban mutuamente y con ojos grandes; -¿de dónde saca tales
cosas Amanda? –se preguntaban a solas Polidoro y Clemencia.
Un día se dirigió
a la alcaldía de su localidad, a la salida del colegio. Allí preguntó por la alcaldesa,
quien sorprendida cuando su secretaría solicitaba audiencia de parte de una
niña, no dudo en hacerla seguir a su despacho. Hola señorita Amanda, ¿tus eres
de la familia Triviño, verdad? –Sí, su señoría, -Amanda juraba que aquel trato
era el más digno para tal personaje; -mis padres le envían sus saludos.
¿Cuénteme señorita en qué puedo ayudarla? –Verá Usted su señoría, estoy
interesada en participar con mis padres en las reuniones de la junta de acción
comunal de mi comunidad y quisiera pedirle dos favores: el primero, su consejo;
y el segundo, que me preste algo qué leer al respecto, no quiero llegar a estas
juntas sin saber nada de nada. Los ojos grandes de su señoría, no
podían con tanto. No edil alguno o concejal de su pueblo le habían hecho tales
solicitudes. Adivinaba en las palabras de la chica tal asertividad y autoridad
que no quedaba más remedio que ayudarla.
-Verá Usted
Amandita, el consejo más importante que pudiera darle, es que sea Usted misma;
-¿podría por favor explicarse un poco? -Arremetía Amanda sin
vacilación. La alcaldesa, presentía entonces que aquella no sería charla corta
ni fácil. Con aquella niña había que hilar delgado y con certeza. –Todos
tenemos una personalidad, y es la personalidad la que nos hace expresar lo que
somos y llevamos dentro, por ello, es necesario que tú expreses tus ideas y
soluciones a los problemas sin temor, no importa que otros tengan otras mejores. -Ah... ahora entiendo, se trata de ser genuino.
Y en el ejercicio de su rol
como alcaldesa, -me perdonara que le haga otra pregunta: -¿Cuál ha sido el
momento más difícil? Hubiera querido la alcaldesa expresar que aquel
interrogatorio estaba siendo el más difícil, pero buscó en el repertorio de sus
múltiples dificultades y le expresó que uno que tuvo que ver con un intento de
revuelta por la imposibilidad de celebrar el día del campesino hacía un par de
años. –Muy bien, -dijo Amanda, direccionando la conversación a la
siguiente pregunta.
-Y del
material bibliográfico, ¿qué podría ofrecerme? –La pregunta era directa y no
aceptaba dilaciones. Buscó la acorralada alcaldesa en su cabeza, no podía menos
que brindarle algún material impreso a su interlocutora, así que llamó a su
secretaría y le pidió que buscara un par de cartillas que habían usado aquel
año para entrenar a las nuevas juntas de acción comunal. – ¡Qué maravilla su
señoría! Expresó echando una ojeada. ¡Qué buen material! Prometo devolvérselo
en cuanto lo haya estudiado. No siendo más y conocedora del sinnúmero de
actividades que debe tener, no le quito más tiempo, estoy profundamente
agradecida, espero poder seguir contando con su apoyo. –Fue con mucho gusto
Amandita, vuelva cuando quiera, estoy para servirle.
Su señoría se quedaba
fría, como si hubiera recibido un balde de agua helada. Aquella personalidad
tan sumamente arrolladora y aquella belleza tropical que se erigía como promesa
en su pueblo la dejaban anonadada. En su memoria quedaban fijadas la figura y
el alma genuina de Amada Triviño, de quien pocos meses más tarde se decía había
ocupado excepcionalmente la presidencia de su junta de acción comunal.
Muy bueno. Ojalá hubiera muchos jóvenes así.
ResponderEliminarGracias Ferchito, qué gran regalo
Querido lector-a, ése es uno de mis deseos al escribir, lograr entrar al corazón de muchos y permitir que jóvenes puedan encontrar alguna lección en ello. Un abrazo.
Eliminarque buen relato fer. me sumergi en el completamente imaginando a la espectacular amandita y hasta la oficina d la alcaldesa.
ResponderEliminarq ternura yo me la hubiera comido a besos cuando era chiquita con ese pelito todo chuto. pero quede con la duda d donde su afro
Qué bien Caro que hayas podido sumergírte en este relato, ésa era la idea, me alegra saber que te quedaste con la duda, con eso puedes darle tu propio final, jejejeje. Un abrazo.
EliminarGracias por el regalo. Lo leo temprano mientras camino y me invita a seguir adelante en proyectos y a confiar en ideas por más “locas” que parezcan. Saludos hermano. Bendiciones! Ángel Moronta.
ResponderEliminarSaludos Ángel, gracias por ver la esencia de este proyecto. Un abrazo grande.
EliminarGracias que hermoso relato me sumergí en él. Recordé en tiempo atrás a una compañera de oficina que era igual al relato con su hermoso afro de apellido vivas. Te felicito por tu capacidad de construcción literaria. Gracias Por compartir tan rico relato un abrazote. Gustavo Alzate.
ResponderEliminarGracias a ti, Gustavo por darte la posibilidad de sumergirte en la literatura y por darme la posibilidad de ser leído. Otro abrazo de vuelta.
EliminarSimplemente... genial...me quedo desarmada, esperando que un día Amanda haga algo más... María Luisa Mahecha.
ResponderEliminarJejejeje, el vivo retrato de tantas mujeres geniales. Gracias Maria por leerlo. Un abrazo.
EliminarNecesitamos muchas amanditas para cambiar el país... Muchos éxitos amiguito mío.
ResponderEliminarAsí es mi querida amiga Aracelly, necesitamos muchas más mujeres intrépidas, que quieran seguir apostándole a la aventura de ser ellas mismas y de desarrollar todo su potencial. Un abrazo.
EliminarMe gustó muchísimo este cuento. Muy real y extraordinario a-la-vez. Bien narrado, sencillo y atractivo. Luz Stella Muñoz.
ResponderEliminar��������
Gracias Luz Stella. Aprecio la generosidad de tus palabras y tu tiempo. Un abrazo.
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