Ariel y sus 7 vidas
Ariel y sus 7 vidas
Como alado por una obstinación sobrenatural por la
vida, Ariel Benavente recorría sin cesar caminos y laderas de
un país en donde las altas montañas y los profundos abismos marcaban la
diferencia de su geografía. En sus ires y venires, no encontraba Ariel camino pedregoso ni carga pesada,
quizás porque sus años mozos y sus bríos de macho pueblerino eran más fuertes
que sus brazos y sus pies, y las ideas que en su cabeza pudieran
contraponérsele. Cumplidos los 15 y dejados atrás los pantalones cortos, su
padre le regaló un sombrero vueltiao, que sólo se quitaba para dormir y éso;
pues lo acompañaba hasta en sus siestas después del almuerzo en el campo,
cuando le servía de cobijo y black out contra los perpendiculares rayos solares
en su cara.
La destreza singular de Ariel, hacía alarde de su nombre, que tan bien había escogido su
religiosa madre, cuando al leerlo en la biblia, -costumbre que había aplicado a
sus otros 15 hermanos, -afirmaba que la cara y personalidad del neonato le iban
bien a tal nombre. Él sería el “León de Dios”. -Mi niño ayudará al arcángel
Rafael a sanar a todos los humanos, plantas y animales. –Afirmó tajante
doña Esther Julia el día de su nacimiento, y, luego de que el
cura del pueblo procediera con su traumática zambullida en la pila bautismal.
La primera vida que quemara Ariel; -y no porque hubiera vivido en la Edad Media en donde los
felinos, considerados el mal en forma de animal eran llevados a la hoguera,
ocurrió días después de soplar sus primeras 17 velas sobre la torta de choclo
cocida en el hogareño horno de barro. Cierto día su padre lo mandó a recoger
plátanos en una sementera de la familia. Presuroso se dirigió con machete en
mano, cortó un racimo y acto seguido lo cargó en sus hombros, cuando de pronto
un espasmo que creyó causado por el peso, recorrió instantáneamente su brazo
derecho. Como pudo, entre mareos, náuseas y un hormigueo que se hacía más
generalizado, llegó a casa. Sus padres no daban crédito a tal palidez y
sudoración, así que procedieron a quitarle la camisa y revisar qué era lo que Ariel apretaba con su mano izquierda en
su hombro derecho, sin pronunciar palabra alguna. –Lo picó una culebra; -afirmó su padre Abraham. Y con prisa
lo llevaron al hospital del pueblo, después de que el petróleo y los emplastos
de café no dieran resultado. Allí estuvo quince días a punta de suero
antiofídico, que salvó sus días hasta que llegara el tiempo de quemar su
segunda vida.
Se dice que los gatos tienen siete vidas, quizás
por su gran agilidad y velocidad. Pues
bien, desde aquel primer incidente, los compañeros de Ariel en la escuela, empezaron a afirmar que éste como aquellos,
tenía siete vidas. Ya por su versatilidad y agilidad remarcadas o porque vivía
en el suelo y nunca le pasaba nada. Salía ileso de las situaciones que todos
consideraban peligrosas. Saltaba como un felino y se lanzaba de grandes alturas
sin sufrir rasguño alguno. Pero estas competencias no le bastarían el día en
que cargado con dos bultos de café que él mismo había recolectado, le ayudarán
a rodar por una de las empinadas laderas de la finca de sus padres, quedando
con la nuca entre el atado de café. Uno
de los trabajadores que se encontraba cerca, logró escuchar sus entrecortados
gemidos, cuando la sangre a punto de bullir por ojos y nariz, parecía salirse
ante el más mínimo tacto. De aquella casi descalabrada lograría recuperarse una
semana más tarde, habiéndolo dejado magullado como si de una de las palizas que
le daba su padre se tratara.
Sara, su hermana mayor y para
quien no había explicación humana ante lo que ella misma denominada ‘suerte’,
se le ocurrió que Ariel no tenía
siete vidas sino nueve, como el dios egipcio del sol; como Ra, de quien había leído, engendró a nueve dioses y luego se
convirtió en gato para poder viajar por el mundo. –Ariel tiene las nueve vidas de Ra;
y desde entonces lo llamó Rariel; y
las risotadas de sus demás hermanos se dejaron escuchar a metros.
Venciendo la afirmación de que ‘la tercera es la
vencida’; en un día de ésos de la bonanza cafetera, se encontraba Ariel atareado con las faenas propias
del beneficio del café. Precisamente estaba despulpando el café recién
recolectado, en una máquina eléctrica de las antiguas, en donde hay que ir
ayudando con manos y brazos para que los granos todavía en su pulpa, no se
atasquen o simplemente para acabar más rápido. Aconteció pues, que estando Ariel cantando a voz en cuello una de
sus rancheras preferidas, y quizás pensando en los todavía frescos amores de su
vida, se vio con su brazo izquierdo tragado
hasta la altura del sobaco; y como llevado por el deseo, según la
letra de la canción que recién había escuchado, por la hambrienta máquina. De
tal accidente le quedarían múltiples cicatrices que le recordarían para siempre
cómo había logrado superar su tercera vida.
Una fría madrugada caminaba Ariel en zigzag, por efecto de unos tragos. Huía de una boda. Pues por una antigua pasión, se había atrevido a
desplegar sus garras con la novia. -A ella, no le eran ajenos sus halagos y las caricias; los encontraba más fuertes que los de su ahora esposo en ley. Éste último, enloquecido por
los celos, se lanzó en ristre y con navaja en mano contra el don Juan,
propinándole una cuchillada. La hemorragia escasamente le dio tiempo de llegar
al hospital en donde el médico le dijo que por un milímetro estaba vivo. –La
puñalada no tocó el corazón; -afirmó entre risas el galeno quien ya le había
atendido en otras ocasiones. Una vez más salía indemne o por lo menos su quinta
vida le aguardaba.
Ariel era
ahora un gato reencarnado en humano, pero en otras latitudes a donde le había
tocado huir, fruto de sus últimos desmanes. Una vida plena y llena de prole le esperaba
en su matrimonio con Abigail y una nueva
profesión le auguraba éxitos. Ahora se había dedicado a la carpintería en la
que se desempeñaba con lujo de detalles, convirtiéndolo en uno de los ebanistas
de más prestigio en la región. Cierto día mientras sus diestras manos recorrían
con una máquina pulidora un bello trozo de ébano, y por ésos pequeños descuidos
que ni el ojo ni la razón pueden explicar, de
tajo sintió Ariel que el dedo anular de
su mano izquierda se despedía entre brisas y borbotones de sangre caliente. Un
grito seco y lacerante trajo de inmediato la presencia de su Abigail del alma, quien enloquecida por
la escena se desplomó ipso facto. Como pudo, sacó fuerzas, quizás
de sus restantes dos vidas y se ató un trapo en la indescifrable herida,
mientras sus ojos saltones buscaban con frenesí la extremidad que adivinaba
palpitante, entre los lotes de madera y las pilas de aserrín, sin tan buena
suerte esta vez. Mucho tiempo le tomó a Ariel acostumbrarse a contar sin contar el perdido miembro,
mientras su cerebro le jugaba terribles pasadas y risotadas al unísono de
interlocutores, cuando de enumerar cortas cotidianidades se trataba.
Y como si fuera poco, pidió una tarde Abigail al ya abnegado esposo cortar
leña que ya escaseaba en la cocina. Presuroso se dirigió Ariel al cortadero y haciendo alarde de su destreza con el hacha,
maniobró de un solo tajo un leño partiéndolo en dos y luego cada uno de éstos
en pedazos más pequeños. Prosiguió con la tarea hasta que dio con un tronco que
se resistía a dejarse trozar. Lo volteó de un lado, luego del otro y con todas
las fuerzas dirigió el hacha hacia la veta más visible. De repente y como en cámara lenta, sintió que algo
entraba como un proyectil en su ojo derecho, no podía creerlo,
¿hasta cuándo le acompañarían estos incidentes en su vida? -Fue lo primero que
se le ocurrió. Se trataba ahora de una astilla incrustada en el ojo. –Su ojo
izquierdo y sus demás sentidos no podían creerlo.
Otra vez al hospital, parche de pirata por varios
meses y una larga espera en lista por un donante de córnea. Con no tan buena
suerte, pues su sistema inmune rechazó el tejido extraño y se deshizo de él. Ariel veía ahora únicamente por un ojo,
mientras el sobrenombre de ‘solo un ojo’, engrosaba ahora su cotidianidad.
Desde entonces espera Ariel con ansiedad apocalíptica que la séptima vida llegue y le dé
la oportunidad de vivir largos días hasta la partida definitiva; esto lo dice
ya más maduro y sosegado, rodeado de sus hijos y nietos, quienes ríen cada vez
que entre chanzas y bromas relata las anécdotas de sus seis vidas recorridas. Y
sólo espera que Dios, según el profeta Mahoma, lo cuente entre las siete
personas que cobijará con su sombra, “como un hombre que da limosna tan
calladamente, que su mano izquierda, ya sin su dedo anular, no se da cuenta de
qué hace su derecha”.
Bienvenidas tus historias. Magnifico el toque de suspenso que percibo en todas. Saludos. Lelis Medici.
ResponderEliminarMil gracias Lelis por tus palabras, que aprecio en su justa medida, como gran lectora que eres.
EliminarCon tus Crónicas-relatos, llenas de satisfacción a todos aquellos que disfrutamos de la lectura. Me encantó, felicitaciones y, te encimo un fuerte abrazo. Gloria Inés Chacón.
ResponderEliminarOtro abrazo para ti, Gloria Inés. Qué bueno saberme leído por ti.
EliminarHay una parte de esa historia que no me la sabía, Dios lo bendiga primo. Patricia Hurtado Trujillo.
ResponderEliminarMi querida Patricia, una y más partes que hacen parte de la ficción. Un abrazo.
EliminarBuenas noches Luis Fernando cómo va .muchas gracias por ese escrito ..me encantó Ariel y sus 7 vidas maravilloso como todo lo que escribes Dios te bendiga una feliz noche. Gladys Pulgarín.
ResponderEliminarGracias Gladys. Tu como siempre tan fiel lectora. Un abrazos y mis mejores deseos por tu bien.
EliminarGRACIAS amigo querido. Disfruté muchísimo este relato. María Teresa Correa.
ResponderEliminarGracias a ti, María T. ¡Qué bueno saber que me lees y valoras. Un fuerte abrazo.
EliminarMi querido Fercho, me deleito leyendo tus escritos, me activa la imaginación, tu cuento me lleva a trasladarme a los hechos relatados, te felicito sigue cultivando y desarrollando ese talento que Dios te dio.
ResponderEliminarMi querida Deisy, rico saber que leyendo estas historias se te activa la imaginación y te deleitas, de eso se trata. Gracias por animarme a seguir haciéndolo.
EliminarMás vale tarde que nunca.
ResponderEliminarHasta ahora me encuentro con Ariel y sus 7 vidas.
Qué buen suspenso... Y nos preguntamos... Cuál será el próximo accidente?... Arielito, Arielito, Arielito.
Muy buena Ferchito, como siempre. Gracias🥰
Mi querido-a lector-a. Siempre es un gusto saberse leído. Nunca hay tarde o temprano. Siempre el gusto de la literatura, las emoción que destilan las palabras. Un abrazo.
EliminarQué cuentazo. Me gustó taaanto y me divertí mucho leyéndolo. Muy original y bien contado. Luz Stella Muñoz.
ResponderEliminarGracias, Luz Stella por tanta generosidad. Cuánto me alegra que le hay gustado. Un abrazo.
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