Trozo de ébano
Trozo de ébano
Con
destreza pocas veces vista, Segismundo Belmonte recorre un trozo de ébano. Es
la madera que más le gusta para tallar sus personajes y la misma con la que me
hizo a mí. La gubia se desliza breve por lo que parece una nariz, ―bien prominente
por cierto ―si me hubiera hecho una nariz así, me muero―. Será la nariz de
Alvear Capa Roja, el nuevo mago del circo de muñecos. ―Alvear será diferente a Gaspar,
el Mago Verde, quien no ha podido superar el acto del conejo que aparece y
desaparece de un sombrero ―se dice a sí mismo para justificar otro muñeco más.
―Ya me asusta ver tantos. Quiere ahora uno más versátil, en la honda de la
magia moderna.
Mi
creador suda y con cada gota ve que los muñecos cobran vida. ―Y empieza su
monólogo. Primero, un nombre, y el trozo de madera asiente, si es que va
tomando la forma del nombre, pues, a cada cara le corresponde un nombre, según
él. De él se desprende su función. Sigue tallando los ojos que tienen que
representar el sentimiento del personaje. Tantas veces ha guardado muñecos a
medias porque no interpretan lo que llevan dentro. ―Y se les queda mirando
extasiado―.
Los
dedos de mi hacedor pasan y repasan los contornos de aquella nariz, le parece
sentir el aire que comienza a fluir por las fosas del mago. Ahora un punzón se
encarga de profundizar esos pequeños hoyos, una lija suave le da un primer
terminado. En susurros le reclamo: ―¿Por qué tanto empeño en un simple mago? Él
no puede fraccionar su cuerpo como yo. Escasamente logra cortar extremidades, mero
espejismo. Lo mío es real. ―Cállate Anabel, tu siempre con tus habladurías. Un
día de estos te voy a dejar en el cuarto de reblujo, ―golpea la mesa―.
―El acto de magia del nuevo mago estará basado en la magia 2.0, ―dice altivo―. Transformará un móvil en un pingüino o una tablet en una foca ―¿genial, no? Estoy seguro que será todo un éxito, ―besa el trozo de madera―. Traza los ojos. Toma las medidas con la escuadra falsa, hace marcas a cada lado y verifica con el compás. Hunde diestra y sutilmente una gubia delgada.
A
su lado le acompaña siempre un tendido de cuero con múltiples bolsillos en los
que guarda sus herramientas. Son sus extremidades, extensiones de sus dedos:
formones, gubias, escoplos, puntas de traza, compases, pies de rey,
entre-guardas, martillos y en fin, todo su tesoro. ―algunas de ellas me aterran
―pienso que podrían herirme―.
Escucho
una risita, giro, es Berenice, ―La Gorda Barbuda ―bendita gorda, se me está
burlando, me dice que estoy tan loca como él y que soy igual de meticulosa y
quisquillosa. ―De tal palo, tal astilla ―dice, y sigue riendo socarronamente―. Tiene
razón, cada noche antes de salir del taller tengo que hacer algún ruido para
que mi creador deje las herramientas ordenadas, ―cada cosa en su lugar ―es el
lema de mi vida―.
El
otro día Ignacio, El Traga-fuegos, se atrevió a decirle que guardara muy bien
sus herramientas bajo llave, no fuera ser que las aleara durante sus ensayos. Segismundo
lo consideró un exabrupto, sin embargo antes de salir, las guardó en el cajón y
cerró con llave. ―Yo le dicté esas frases al Traga-fuegos ― ¿no soy
ingeniosa?―.
Mi
creador dice que en las noches es donde mejor actuamos sus muñecos. ―A veces, no
logra conciliar el sueño, se desliza de la cama en puntas, pone el oído en la puerta,
y al abrirla, escucha cómo corremos a nuestros bancos. Lo nota porque algunos
han dejado sombreros, aros, anillas y balancines. Enciende la luz, mira de soslayo,
nos hace creer que busca algo. Nos terminamos de acomodar en nuestros lugares.
Y vuelve a salir. ―Están vivos, ―se dice entusiasmado y vuelve a dormir―.
El
otro día lo escuché discutiendo con su hija que vino a visitarlo. Ella le
reclama porque no está comiendo bien, le insiste en que debe ir al médico.
Los
vecinos no saben de qué otra forma animarlo a presentarse. ― ¿Cuándo veremos
una de sus funciones, don Segis? ―Pregunta doña Gertrudis, quien lo conoce hace
ya cuatro décadas―. Continúa don Alberto: ―Ya tiene suficientes personajes ― ¿Qué
otro personaje le hace falta?―. Don Herminio, por su parte, pregunta intrigado:
―Veo que los hermanos acróbatas están listos, también las cuatro contorsionistas,
la familia de equilibristas, el escapista, los mellizos forzudos y el hombre
bala. Con Alvear Capa Roja ya son cuatro magos. Los malabaristas lucen nuevos
vestidos. Los mimos están bien blanqueados al igual que los monociclistas, ¿qué
les pasa a esos payasos? los veo tristes de tanta espera. Y a los titiriteros
ya se les han aflojado las cuerdas. ―Segismundo lo mira por el rabillo del ojo,
apretando los labios―. No obstante continúa don Herminio. ―Todos esperamos ansiosos
la función, no deje que las espadas del traga-sables se oxiden otra vez y que
las trapecistas se vuelvan a enfermar de artrosis. De tanta espera a lo mejor
el ventrílocuo enferma del estómago y a los zanqueros se les roen los zancos. ―Termina
el vecino su reclamo―.
―No
he terminado mi trabajo aún, ninguno de estos zánganos se ha aprendido sus
parlamentos y tienen que ensayar más sus actos. Además, estoy esperando que el
alcalde me apruebe un proyecto para comprar lo que falta. Cuando todo esté
listo, les aviso ―por ahora salgan que tengo mucho trabajo qué hacer―.
Y
todos los días los vecinos ven a mi creador entregado a tallar nuevos
personajes. Para él no somos suficientes. ―Mis compañeros más atrevidos dicen
que tiene pavor escénico, que le carcome el miedo. Otros afirman que tiene
múltiples personalidades, que está loco de remate. ―Yo creo que él tiene mucho
amor, aunque se pone de mal humor muy fácilmente―.
Ha
pasado otra década y nunca he salido a escena. Me siento cansada, ya no me
puedo contorsionar. Sus manos y las mías lucen temblorosas e inseguras.
Veo
a través de la ventana una luz intermitente, es un carro blanco con una cruz
roja y un letrero que dice: hospital mental departamental, ―¿vendrán para
llevarnos a dar alguna función?―.
Gracias Luisfer por compartir. Cada vez más alta la vara literaria. Un abrazo. Juan Guillermo Londoño.
ResponderEliminarMi querido Juan Guillermo, gracias a ti por dedicarle tiempo a esta lectura y comentarlo. Un abrazo, amigo.
EliminarMuy elegante Segismundo Belmonte. Chevere el cuento. Gilberto Zuleta.
ResponderEliminarGracias don Gilberto por descubrir elegancia en este personaje que tanto gozo me ha dado.
EliminarBuenas noches, me gustó mucho, "Trozo de ébano".... Es reconocer la magia en las manos de este hombre que mientras va tallado la madera, le imprime a su personaje corazón, cerebro, personalidad y amor. Increíble la descripción. Diana Chávez.
ResponderEliminarGracias Diana, por tus palabras de reconocimiento para este personaje y sus acciones, por encontrar en él una personalidad impresa y un corazón lleno de un extraño amor. Un abrazo.
EliminarMuy bien e imaginativo. Padre Roberto Seguin.
ResponderEliminarMil gracias, padre Roberto por tomarse el tiempo de leerlo y comentarlo. Un abrazo.
EliminarMe imagino la historia. La que tanto amo. Miriam Zuleta.
ResponderEliminarAsí es, amiga, es la historia que tuve ocasión de leerte y que te hizo aguar los ojos. Un abrazo.
EliminarPara ser escritor hay que estar locos y para ser lector hay que amar y comprender esa locura. Muy bien por ese trozo de ébano, por los conocimientos de carpintería y por la creación. Un abrazo grande. Yolanda Corredor.
ResponderEliminarMi querida amiga, Yolanda, a lo mejor estoy más loco que Segismundo Belmonte o a lo mejor todavía no estoy tan loco como él para entregar el corazón a una pasión. Espero que los años me alcancen para descubrirlo. Un abrazo.
EliminarMe han encantado tus escritos... tienes un don especial. María Claudia Collazos.
ResponderEliminarMil gracias María Claudia por tu reconocimiento y por tu calidez. Un abrazo.
EliminarMuy bueno tu cuento. El final, genial. Luz Stella Muñoz.
ResponderEliminarMil gracias Luz Stella, amiga, por dedicarle tiempo a leerme y corregirme y sugerirme tantas cosas como solo lo sabe hacer quien posee el rigor de la experiencia. Un abrazo.
EliminarHola Luis Fernando muchas gracias por tan bello escrito y por haberlo compartido conmigo mil bendiciones. Gladys Pulgarín.
ResponderEliminarGracias a ti, Gladys por encontrarlo bello. Un abrazo.
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