Bellita y Paztrina

                                                  

Ruinas del entonces esplendoroso Hotel El Palmar, Macuto, La Guaira, Venezuela

Aquel día el sol se resistía a morir. Por entre algunas esquivas nubes que hacían frente a la brisa, el astro rey proyectaba aún sus tenues rayos. Paz de la Santísima Trinidad, ―Paztrina como la llamaban de cariño sus amigas y familiares, miró el reloj de pared en el pasillo; y comprobó que no obstante marcaba las siete menos cuarto, aún parecía de día. Escuchó el timbre en la recepción. Corrió y clavó sus ojos indios por entre las chambranas del corredor en aquella alta figura que se impuso de espaldas. Bellita, su madre, salió presurosa y se instaló en frente del imponente hombre, al otro lado de la recepción: ―buenas tardes, caballero, ―buona sera, signora, ―Misiá Bellita guardó silencio un instante. ― ¿En qué puedo servirle? ―le preguntó, sin permitir que un asomo de intimidación se le notara―. ―Arriba Paztrina estaba lela, buscó ver la cara de aquella enigmática esbeltez desde todos los ángulos, ―pero siempre alguna chambrana del pasillo o de la escalera se le atravesaba―.

Io necesitar una camera, adivinó la dependienta Bellita que el caballero era extranjero y que quería una habitación para pernoctar. Tomó tres llaves. Levantó la mano mostrándole el camino. Vieron dos habitaciones en el primer piso y volvieron a la recepción. Cuando ella pensaba que se había decidido por la primera habitación que le había mostrado, él señaló las escaleras. ―Ah, ¿le gustaría una habitación en el segundo piso? ―y sin darle tiempo a responder, lo dirigió escaleras arriba. Paztrina nomás ver que subían, corrió a esconderse, dejando la puerta entreabierta. Bellita, siempre llevando la delantera, hablaba y hablaba entusiasmada de los beneficios de hospedarse en su hostal y de la deliciosa comida que allí se servía―, él asentía con la cabeza, por mera educación.

Entraron a una habitación. Francesco, ―así se llamaba el extraño, caminó hasta la ventana y la abrió de par en par. ―La vista al mar con aquel crepúsculo embrujador, lo sedujo  de inmediato. Respiró hondo, extendió los brazos hacia los ardientes arreboles y de pronto descubrió que en la ventana contigua, una hermosa muchacha de piel canela, se burlaba de su ritual. La miró enternecido, hasta que la voz de Bellita lo sacó del trance. ― ¡Veo que le gusta esta habitación!, ―no se diga más, vamos y me llena el ingreso―, y caminó con él hasta la primera planta.

En los días subsiguientes, la madre y la hija compartieron las comidas con Franceso, quien se mostraba especialmente entusiasmado con la joven Paztrina. ―una especie de magia empezaba a emerger entre los dos. ― ¡Bellita sí que lo había notado! Velaba porque su hija, aún menor de edad no se quedara sola ni un segundo con el apuesto joven―.

Se enteraron las dos que Francesco Cavalieri era el menor de una familia italiana anclada en la isla de Elba, que había emigrado a Suramérica en busca de mejores horizontes, ―la guerra había dejado destruida a Europa y empobrecida a Italia― y que recién cumpliría veinte años.

A Bellita se le ocurrió entonces aprovechar la fiesta que preparaba para celebrar los quince años de su hija Paztrina y presentar en sociedad a su huésped de honor. ―El joven ayudaba en todo: ajustaba puertas y ventanas; cambiaba tablas rotas; reparaba alacenas en la cocina; cargaba los canastos desde el mercado y con ello se canjeaba el cariño de Bellita y la admiración de Paztrina, quien no desaprovechaba ni un momento para hacerle ojitos y lanzarle sonrisas coquetas, que él recibía con la prudencia del huésped honrado que quiere dejar de serlo.

Pasó poco tiempo y Francesco logró emplearse en la oficina de correos debido a su don de gentes. Su experiencia con el telégrafo ayudó para que lo contratara el alcalde. ―A la oficina de correos de Macuto acababa de llegar un telégrafo de última generación y el joven Francesco que había conocido varios en Europa, intuyó que no sería tan diferente a otras versiones. ¡Lo puso a funcionar con éxito! Con su primer sueldo le compró un hermoso vestido a la quinceañera y, por supuesto un chal muy fino a la madre, como para disimular un poco su particular afección por la hija. ―Paztrina decidió que lo luciría el día de la fiesta.

Todos en el pueblo hablaban de una única cosa: Francesco, el extranjero de la imponente figura y sus ademanes de ‘dandy’. A su paso, las muchachas cuchicheaban dejando escapar risas maliciosas; y los muchachos, ―con la envidia carcomiéndoles las entrañas, maldecían el día en que había desembarcado el cretino ése. ―Con muecas de desaprobación murmuraban―.

Una muchacha en especial había cercado sus anhelos en el efebo. Se trataba de Bárbara Tres Palacios, ―ella era hija de la familia más prestante de Macuto y quien tenía fama de alcanzar lo que se proponía, inclusive a los solteros más codiciados. Ahora el italiano era su objetivo, ―le decía a sus amigas que se casaría con él así fuera lo último que hiciera. Caminaba pavoneándose, dejando ver los marcados contornos de sus caderas, al cadente ritmo de la brisa que traían las olas.

Los domingos a la salida de misa, Bárbara se adelantaba a la entrada de la iglesia. Sin calcular las habladurías que las vecinas dejaban escapar por entre las enrejadas ventanas, ―por aquello de que pueblo pequeño, infierno grande―. Se le acercaba insinuante y coqueta, y le dejaba saber sus intenciones más íntimas. Lo tomaba del brazo y lo dirigía al salón de baile, cerca al parque, donde se lo atenazaba, hasta la hora en que cerraban el grill. Bellita y su hija en el fondo del salón, miraban recelosas, cómo su huésped se debatía en otras manos. ―Paztrina, que lograba escudriñar en profundidad la mirada de Francesco, notaba en él un cierto descontento cuando estaba con Bárbara. ―Ese gesto se lo abonaba a su favor.

Día antes de la fiesta, a Bellita se le veía apurada surcando las calles de Macuto. En un comercio encargaba flores; en otro recogía manteles de lino con encajes y bordados importados; en casa de las Carvallo recogió la plata que había mandado a pulir porque no tenía tiempo para esos menesteres; y apuraba al carpintero quien todavía estaba puliendo las últimas maderas para las mesas que pondría en el jardín. En la repostería encargaba la torta de cinco pisos para los más de cien convidados a la celebración de su Paztrina.

Francesco no era ajeno a los preparativos. Con sus hábiles manos había construido todo un entramado en maderas, a modo de arco, que Bellita y sus ayudantas adornarían con flores de la región, por donde cruzaría Paztrina luciendo su vestido. ―La imaginaba como una novia camino al altar, ―pero ella era todavía una niña―.

La banda de músicos cruzó la plaza en dirección a la casa de la quinceañera. Con su música se anunciaba que en casa de Bellita, una niña no lo sería más y se convertiría en mujer. Francesco, para quien las costumbres del nuevo mundo le eran todavía extrañas, preguntó a uno de los locales qué significaban tales cosas. Malicioso, Rosendo le contestó que una flor pronto dejaría de serlo y que a lo mejor, él sería el jardinero. El pobre Francesco se quedó en las mismas, su español todavía no le alcanzaba para descifrar dobles sentidos.

En el pueblo se había expandido en cada esquina un rumor, ya porque las amigas de Bárbara se habían encargado de ello o ya porque los padres de ésta lo voceaban a los cuatro vientos: que el italiano y su hija estaban prometidos y sólo quedaba fijar la fecha del casamiento. Cuando la noticia llegó a oídos de Paztrina, no le dio crédito, ―ella, que tenía a Francesco viviendo en su casa, sabía que no había que creer en habladurías.

Durante la fiesta se vio a Bárbara frenética persiguiendo a Francesco y enloquecida buscándolo cuando lo perdía de vista; y a éste, ayudando en todo cuanto podía: llenaba las copas de los invitados, ofrecía sillas a las señoras y animaba a los caballeros a sacar a bailar a las doncellas. Paztrina, percatada de los acontecimientos, se reafirmó en sus sentimientos.

En Macuto se dice que Bellita y Paztrina truncaron un amor anunciado entre Barbarita Tres Palacios y el italiano; pero las evidencias contradicen tal rumor: una numerosa descendencia de ya tres generaciones, pregona que un amor a primera vista entre Paztrina y Francesco era cosa del destino.

 


 

Comentarios

  1. Que lindo Luis Fer. Al leer me transporté me gustó mucho������Me encantó. Gracias por tenerme en cuenta para leer tus escritos, Ángela Ricaurte,

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    1. Ángela, de eso se trata la literatura, de un transporte gratis a otros universos posibles. Un abrazo.

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  2. Luis Fernando, excelente escrito, un abrazo. Rafael Quiñónes.

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  3. Felicitaciones Luis Fernando. Es una delicia leerte. Gracias por compartir. Dios te bendiga. Alba Luceny Tejeda.

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  4. Mi querido Luisfer..super..me gusro mucho..me trasporto y me hizo vivir tiernos recuerdos..

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    1. Qué bueno que te haya hecho viajar y vivir en el recuerdo. Un abrazo, querido-a lector-a.

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  5. Me gusto q historia mas hermosa te felicito mi muchacho ����♥️Luzmila Molina.

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  6. Felicitaciones, por tus escritos este en especial me encanta por tener que ver con el sentimiento más hermoso del ser humano que es el Amor y me recordó la historia cuando mis padres se conocieron siendo mi mamá Paztrina y mi papá Francesco.

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    1. Querida cuñada, gracias por dejarte tocar por esta historia, que como bien lo dices, es también la historia de muchos. Un abrazo.

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  7. Que bonita historia. Gerson Mateus.

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  8. Felicitaciones por el tema. Flavio, un amigo que aprecio y respeto. Gilberto Zuleta.

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  9. Qué relato tan bello.
    Como ya lo conocía le reiteró mi admiración por tan agradable relato. Luz Stella Muñoz.

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  10. Que bella historia de amor. Se siente tanto y tan fuerte amor que aún ha alcancanzado para tres generaciones y más

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  11. Muy buena historia,ojalá que paztrina se quede con Francisco , felicitaciones me gustan mucho sus escritos

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    1. Seguro que sí quedaron juntos. Y superaron el paso del tiempo y las generaciones. Un abrazo.

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  12. Muy bueno si. Luis Fernando ,me encantó la narrativa lo sumerge a uno en tu escritura muchas felicitaciones para ti y para don Flavio. Nancy Salgado.

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  13. Me encantó. Lo que el destino tiene trazado ninguna Barbara puede cambiarlo. Óscar Vélez.

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    1. Así es, amigo, lo que el destino tiene cruzada, nada ni nadie lo separa.

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  14. Muy bueno y entretenido. León Darío Builes.

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  15. Hola Luis Fdo. que hermoso escrito, espero que se encuentre bien no deje nunca de enviarme más, un abrazo fuerte y me saluda a Flavio. Esneda Peña.

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    1. Gracias, Esneda por tus palabras y por tus buenos deseos. Otro abrazo fuerte.

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  16. Me encanta leer tus escritos, muchas gracias.

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  17. Qurido amigo muy chévere el relato!
    Me pasó algo curioso, a medida que avanzaba en la lectura me sentí por momentos dentro de las descripciones de García Márquez. Me encantó la historia de la familia Carnevalli. "Aunque te quites, aunque te pongas lo que te toca te toca", en muchos momentos tendemos a olvidar y las Barbaridades salen a hacer su cometido. Un fuerte abrazo

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    1. Mi querida Myriam, gracias por tu tiempo y tu comentario que aprecio en toda su dimensión. Así es, a veces no logramos escaparnos de ése espíritu de Macondo que nos habita y nos invade. Un abrazo.

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  18. Esa prima parte que escuché presenta una excelente narrativa, evoca tiempos y espacios que provocan memorias de conciencia, en un ir y venir por la magia de tus palabras elocuentes y muy bien hiladas, solo lo logran personas tan llenas de arte como tú. Gracias Luis Fernando. Un abrazo. José Delgado.

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    1. José Delgado Mi querido amigo, José. Recibo tus palabras como un regalo hermoso de alguien que habla con el corazón. Te mando un abrazo grande.

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