Barrotes candentes

Barrotes candentes 



Humores entremezclados, proximidades que se toleran por miedo, confianzas y risas fingidas contra la agresividad extrema para el recién llegado. A su espalda se cierra una reja con la singular pesadez y el estridente sonido del metal al estrellarse. Luces tenues alimentan el calor insoportable de aquel cubículo hacinado. Una hediondez pulula por los aires infestados de narcóticos, fluidos humanos y humedad de paredes que el tiempo y el gobierno han olvidado. 

¿Cómo pueden cohabitar más de cuatrocientos descamisados hombres, -según le informa David al neófito-, quienes llevan tatuada en la cara la desgracia, la violencia, la desesperanza? ¿Cómo pueden moverse camino al baño, con precisión felina sin rozar a otras humanidades e incitar la mortal agresión? 

Cuidado con fijar la mirada en unos ojos llenos de rabia y a punto de reventar: 

-"¿Qué mira pirobo, le gusté o le debo algo, perro?". 

-Escucha un particular acento callejero en la voz de una imponente figura de músculos forjados a punta de rabia, que lo mira retador-. 

En esas celdas el infierno desciende en escalas de fuego y ubica a los más fuertes y agresivos con espacio y colchoneta o hamaca para el superfluo sueño. La furia se deja ver en el brillante y labrado metal de puñales que amenazan a aquellos que se resisten a pagar cuota para asegurar la vida, la larga o corta estancia o el vicio; y que suma esclavos a merced del cabecilla. 

-Siga, lo vamos a requisar, -le advierte Murcia con voz autoritaria al recién llegado-. 

Un piso plagado de cuerpos somnolientos a lado y lado se le presenta en el camino, los cuales esquiva con sigilo, mientras siente en su cintura el material puntiagudo de una navaja que le empuja hacia el baño. 

-Salgan gonorreas que vamos a requisar a este man; -les ordena el capo a los transeuntes-. 

-Quítese la camiseta, bájese la pantaloneta, haga cuclillas, -ensarta una tras otra cada orden con vehemencia-. 

-¿Tiene algo en los bolsillos? Saque todo, -lo vuelve a increpar-. 

 -No, -responde el desventurado, acomodándose la ropa-. 

-¿Con cuánto va a colaborar? -Llame a un familiar para que le transfiera la liga a una cuenta que le voy a dar, -sigue ordenándole el intimidante jefe, mientras pone un teléfono celular en sus manos-. 

Marca insistente el único número de teléfono celular que recuerda, sin obtener respuesta. 

-Escríbales un mensaje por WhatsApp, -sigue el acuciante mando-. 

-Escríbales que le deben consignar ciento veinte mil pesos ya-. 

Solo queda esperar que al leer el anónimo mensaje, al otro lado se atrevan a depositar el dinero. 

-¡Es mejor con un mensaje de voz! -se le ocurre insinuar, mientras mira fijamente al capo-, 

-Si reconocen mi voz, se apurarán a hacer la transferencia; -enfatiza-. 

Y así lo hace tomando otra vez el teléfono en sus manos. 

¡Continúa la tortuosa espera! 

-Venga, siéntese por aquí, -le conduce por entre la multitud, en tanto que levanta agresivamente las manos para hacerse espacio entre la multitud-. 

Más sosegado, el observador novicio aprecia en otro nivel, en el frágil pedestal de los vasallos, a quienes desarrollan alguna labor: reparten la comida que justo acaba de llegar, nomás escuchar la orden del capo. Administran el acceso al baño; abren y cierran barrotes; ejercen como peluqueros; recogen basuras; llaman al orden o azuzan a la turba de unos contra otros, en inusitada algarabía, para dejar claro que su jefe manda allí. Ellos, súbditos a regañadientes, son la fiel y despiadada imagen de aquel. Y corren como perros falderos al escuchar su amenazante voz. 

Al otro extremo, divisa con mirada perdida, las líneas paralelas que surcan cabezas contra pies y pies contra cabezas, iluminadas por los destellos de una pantalla de televisión, hileras de cuerpos tendidos a lado y lado del piso. Es otro nivel del hades, entre barrotes de una celda contigua. Allá reposan en similar semi-desnudez y en fetal posición quienes tienen cómo pagar por seguridad su porción de infierno; 

-esa es la clase vip de aquí, -afirma sonriéndole ‘el Carepuño’, al darse cuenta de lo que el recién llagado acaba de descubrir-. 

La breve ración de alimento se desliza por el piso en canastas plásticas, tras la reja que se vuelve a cerrar con estrépito. Alertas y en manada, cual jauría de hienas por presa, acuden los hambrientos reclusos imponiéndose los más fuertes y poniénse en los primeros lugares de la fila. ¡Pasajeras riñas explotan! -¡Quítese malparido que llegué yo! -Anuncia otro de los hombres, quizás un feudatario con ínfulas de señor-. 

Tres forcejeos acompañados de improperios alcanza a contar el asustado visitante. 

Improvisados vasos hechos de botellas plásticas contendrán los líquidos que ayudarán como sobremesa de esa escasa ración, que otra vez no alcanzó para todos. 

-Aquí se aguanta hambre, viejo, hay que ponerse mosca nomás vea llegar la comida, -lo ilustra Yefer, quien aún conserva rastros de bondad en unos ojos a los que la droga arrebató ya su brillo-. 

Humos y olores se levantan por los aires producto de la combustión producida por hojas de papel higiénico quemado y las hojas de una biblia infortunada que tal vez no cumplió su santo propósito y a la que ya no le quedan más que ajadas carátulas tiradas en el piso. Se trata de la mezcla de marihuana, polvos y quién sabe cuántas más substancias. De ‘perico’, ‘bareta’, ‘basuco’, ¿cómo saberlo? El novicio no sabe nada del tema. En una Babel de acentos locales y vecinos, los desesperados reos piden un "pase", ruegan a un ‘nea’ por un favor para acallar el grito de la abstinencia que empieza a hacer mella en el cuerpo y en el espíritu. 

-Usted no ha pagado gonorrea, no se haga el marica, -le advierte el jíbaro a su desesperado interlocutor-. 

Como una ola, los gritos de euforia, de risas incontroladas y pasión desbordada empieza a subir a modo de hoguera encrespada en aquel mar dantesco. 

Morbosos versos de un reguetón que suena en la radio animan los brazos a subir al ritmo de la euforia que producen los alucinógenos. Felicidad momentánea que pronto acabará en sueño, pérdida del sentido, alucinamiento o espasmo. 

Para el bizoño las ofertas no se hacen esperar: 

-¿usted qué se mete? ¿Qué consume? ¿Un cacho, una bareta, le tengo de todo? -Aunque usted no tiene cara de viciosio. -Asevera ‘El Guaro’ con su sonrisa de niño y de ya escasos dientes-. 

-Avíspese, parcero porque aquí se lo comen vivo, hay que hacerse respetar, esta es la ley de la selva, -le aconseja Cleirman, un joven de tez blanca y baja estatura, que le ofrece su mano y su amistad, cerrando suavemente su puño contra el pecho en un gesto de bondad. 

En la mente del primerizo las preguntas corren como ríos de lava que le queman: ¿por qué yo? ¿Me está pasando esto a mí? ¿Qué país de mierda es este? ¿Qué sistema de justicia? Cierra los ojos, sentado en un exiguo espacio al que ‘el Puño" le ha trasladado. (Ya suman tres los lugares donde lo han ubicado mientras esperan que se haga efectiva la llegada de la liga). Se cuestiona una y otra vez. Trata de calcular el incalculable daño que la estupidez de un olvido y la prisa de la vida le han hecho cometer. Nadie afuera sabe por qué está allí ni cuáles son las circunstancias y ese es el peor castigo: la incertidumbre, sentirse sólo y abandonado, flotando en la vida. Nadie le ha contestado al único llamado que la ley le ha otorgado, no familia, no abogado. No ha podido dar explicación alguna a la situación que está viviendo. Se siente arrojado a aquel báratro. Debe sacar fuerzas de donde no las tiene, -se dice-, siente que pronto se quebrará. 

A su lado, Luis, -un costeño buena gente, empieza, la que será una larga narración-. 

Seis hermanos, él es uno de los mayores y el único malo, -afirma entre risas-. Los demás, trabajadores, sin vicios y estudiando en la escuela los más pequeños. 

Su madre le prodiga una cuota de sostenimiento y periódicamente lo abastece con suministros personales. 

-Las mamás quieren al hijo aunque sea malo, 

-predica convencido-. 

-¡Ellas no juzgan, ellas lo aman a uno como es! 

-Solo espero salir de aquí pronto e irme a mi pueblo, no quiero seguir viviendo en esta ciudad de mierda.

 -Se habla ahora a sí mismo en tanto baja la vista y se olvida de sus interlocutores-. 

-Allá nadie va a saber qué fue de mí en este tiempo y podré buscar algo qué hacer, -se sigue diciendo Luis en lo que se vislumbra como un plan de vida-. 

 -Antes yo trabajaba normal, -continúa narrando los días de su todavía corta vida, -Luis apenas tiene 25 años-. 

-Me dedicaba a la construcción hasta que me quedé sin trabajo y no pude volver a conseguir nada, vi cómo era robar, me pareció fácil, lo hice una primera vez, sencillo, lo repetí y me quedó gustando-. 

Una pausa queda flotando en el aire... 

-Pero me pescaron y con ésta ya son siete veces, -ríe burlón, como quien osa desafiar su propio destino-. 

-Usted sale rápido nene, usted tiene cara de buena gente; ahí le tengo una hamaca libre para que descanse y duerma, aquí hay que descansar, pues si no se lo come a uno el desespero, el aburrimiento. -Concluye Luis en su diatriba-. 

Al punto lo ayuda a incorporarse y trepar en malabares hasta la hamaca intermedia, -la de más abajo, puede adivinar por los movimientos previos, es la de Luis, y la de encima, la de algún otro afortunado-. 

Lucha por controlar su respiración, se acomoda en la improvisada hamaca. Trata de neutralizar la ansiedad y apagar la incesante secuencia de pensamientos que se le desata. -Debo calmarme, -se repite una y otra vez-, 

-debo ser valiente, -se promete-. 

En el fondo quisiera romper a llorar, pero no se lo permite. No es el momento de demostrar debilidad en medio de tanta hostilidad. 

Enseguida, la conversación de un grupo de reos lo saca de su desesperado soliloquio. Logra identificar cinco individuos, por la diferencia de voces y los tonos de sus morbosas risas. Miran un video pornográfico. Desde su hamaca logra escuchar los gemidos de placer que emanan del filme. 

-Ese negro es un burro, ¡miren semejante mondá! -dice uno con mórbida carcajada-; 

-Mucha zorra, -declara otro-. 

-Tremendo video tan caliente parce. -Sigue acotando otro de los lascivos integrantes del círculo-. 

Un silencio momentáneo... Y de nuevo risas nerviosas... 

-Miren al ‘chuzo’, se ‘enfierró’; -acusan a uno de los morbosos participantes-. 

Se hacen cómplices de sus picardías y, lentamente se deshace la escena en medio de risas socarronas. 

No vuelve a escuchar gemidos de placer, ni acusaciones sobre los protagonistas del video ni señalamientos de enarbolamiento por parte de los espectadores. 

Vuelve a sus disquisiciones, no sin antes caer en la cuenta de que es posible substraerse de aquel averno. La música que suena ahora a todo dar lo distrae por un momento. Procura entender la charla que entretejen dos individuos cerca de él. Hablan de los planes al salir de prisión. Uno de ellos quiere comprarse un lujoso carro, afirma que es solo cuestión de suerte, 

-solo hay que ser precavido y pensar bien la jugada, y eso sale, y nos cambia la vida, -asegura convencido-. Vuelve en sí: Agradece por todo, inclusive por ese momento difícil. Quiere aceptarlo, dejar de pensar y dedicarse a descansar, pero no le es posible. No es fácil acallar lo bocanada de pensamientos, la procesión de imágenes de la detención, la humillación y la vergüenza de esas esposas apretándole la piel, reduciéndole la movilidad, haciéndolo sentir como un verdadero reo. 

Siente como si el tiempo no transcurriera, todo se ha quedado estancado, las manecillas del reloj se han detenido y su respiración se ha decantado. Ahora sólo escucha murmullos de voces a lo lejos, una música ligera. Se aprecia liviano, el sueño lucha contra su mente, se debate en duelo contra aquel calor agobiante y las manos que intentan descalzarlo de sus zapatos. Recoge las piernas para evitarlo y las manos extrañas cesan en su intento de robo. Vuelve a dedicarse otro tiempo. Se siente ‘un tipo frío y aburrido’, aquel de la canción. Un infeliz que se desliza por la vida, entre miles de actividades que lo conducen a través del tiempo sin detenerse a vivir realmente. 

Es extraño, -no tengo conciencia de ser feliz, pero tampoco de ser infeliz, -se repite intrigado-. 

Valora lo que tiene, lo que vive todos los días, lo dimensiona y lo encuentra valioso justo ahora en aquel hades. Sorpresivamente una tras otra, varias voces pronuncian su nombre de pila en un crescendo que lo trae a la vida; y se incorpora, cuidando de no caer desde la hamaca. Un par de manos salen a su encuentro para ayudarlo a descender. 

-Vio, se va ya, -apúrese que va a salir de este mierdero-. 

Se alegra el interlocutor, al tanto que lo conduce entre los demás reos hasta la salida. 

-Alístese para que vayamos a firmar su libertad, -escucha sorprendido al agente de policía que lo espera-. 

En aquel momento siente que ha vuelto a nacer, que, después de todo la vida no es tan injusta y se alegra, mientras dentro de sí, una carcajada de felicidad se le desata a borbotones.

Comentarios

  1. Hola hermano que relato tan fuerte debe ser muy difícil vivir una experiencia como esa Dios nos proteja de algo así felicitaciones un abrazo

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  2. Existen comportamientos humanos individuales y culturales que resultan indescifrables. Siempre creí que la educación era la salvación y, hoy descubro, que ese faro maravilloso puede ser opacado por sesgos de todo tipo que aún a las mentes más brillantes les puede cohartar su racionalidad. Entiendo que este problema y odios entre Palestinos e Israelíes fue creado por intereses políticos, sociales y sobre todo económicos por los EEUU a la cabeza de la ONU después de la segunda guerra mundial. Entre mil lugares existente tenía que darles el que los judios querían y el mejor de todos desde su perspectiva, relegando a los palestinos a un lugar menos favorable. Es odio credo y alimentado desde afuera, de ahi la deuda de apoyar a toda costa a los judios. La comunidad Musulmana no se quedará de brazos cruzados , serán obligados a meterse en el conflicto que no sabemos finalmente en que va a parar...

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    1. Lo más difícil de creer en este conflicto es la indisoluble relación fraterna que existe entre estos dos pueblos, provenientes de las antiguas tribus de Israel, es decir, que es una guerra entre hermanos, entre familias.
      Sin duda también hay muchos interesados en mantener al mundo en una guerra permanente, en producir armas en masa, sin importar que sus propios hijos sean las víctimas. Ese es el caso de Estados Unidos y su terrible problema con el uso indiscrimiando de armas versus la producción masiva de las mismas. Israel es otro de los casos específicos.

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