¡Oh, Jerusalén!

¡Oh, Jerusalén!




Moratti está de vacaciones en 'tierra santa', ha viajado allí, más que por sus convicciones religiosas, -en el fondo se considera un agnóstico-, por sus deseos de satisfacer su ilimitada curiosidad académica y cultural. Jerusalén le parece enigmática, una ciudad para perderse por días, para dejarse devorar por su historia y embeberse en aquella amalgama de arte y arquitectura de siglos.  

 
 

Es un caluroso día de verano. Decidido, Moratti se calza sus botines desgastados de tantos pasos, -esta ciudad es su última parada en aquel extenuante viaje por el Medio Oriente-. Toma su morral en el que lleva su cámara fotográfica, una botella de agua y un par de emparedados, además de su pasaporte. Ya está corto de dinero. Hoy quiere perderse por entre las hermosas calles de la ciudad antigua –una ciudad amurallada dentro de la ciudad, -piensa en lo maravilloso que será su paseo-. Ha decidido hacerlo sólo, está cansado de las ataduras del grupo con el que ha viajado.  

 
 

Toma un taxi hacia la puerta de Damasco, siguiendo las parcas instrucciones, que cree haberle comprendido al casero del hostal donde se hospeda, -de camino comprueba desprevenido que el ajado mapa que ha usado durante todo el recorrido lo ha prestado a alguien del grupo y no se lo ha devuelto. Se dice a sí mismo, que preguntando se llega hasta Roma, -se anima-. El objetivo es claro: conocer las ocho puertas que abren paso a la vieja ciudad amurallada, -o mejor dicho las siete, porque de antemano ha leído que una de ellas, la Puerta Dorada, permanece sellada hasta la llegada del Mesías, -ríe escépticamente. Su intención es sitiar la ciudad, -o rodearla para sonar menos belicoso, -se corrige al instante, ya la ciudad cuenta en su historia con 26 sitios, frunce el ceño con desparpajo. –Si hay una cosa de la que se siente orgulloso Moratti, es la de ser un buen investigador. Y cada vez que viaja, se documenta hasta el agotamiento. Eso sí, de inteligencia espacial, poca, -asiente con un movimiento de cabeza. 

 
 

Se baja del auto, ante la indicación del taxista que le dice en un singular inglés: -bienvenido cristiano a la Puerta de Damasco, son 45 shekeles. Y se lanza a la aventura. Nomás cerrar la puerta del taxi, una multitud enardecida que grita consignas incomprensibles para él, le sorprende, -pero esa no es su guerra, -piensa. –Según leyó en un diario la noche anterior, se trata de una facción del grupo palestino Hamas reivindicando a sus muertos. Vuelve a su objetivo. -No tiene claro en su cabeza cómo bordear la ciudad y, además conocer el interior del casco antiguo, -piensa en el mapa otra vez. Si lo tuviera, éste le indicaría qué calles tomar para ir ya desde la puerta de Damasco a la de Dung, y desde ésta a la de Herodes, a la de los Leones, a la de Sion, a la de Jaffa y a la Nueva, dibujando como un zigzag, pero tendrá que ingeniárselas. Perdido ante la belleza de la puerta de Damasco, la fotografía desde todos sus ángulos. 



-En su cabeza sigue escuchando los gritos de la multitud afuera. -Recuerda que le espera un área de aproximadamente un millón de metros cuadrados por andar, es lo que mide esa pequeña Jerusalén del Este, y le parece abrumador-. Al otro lado de la puerta, se topa con una barahúnda de gentes de todo el mundo, -son desprevenidos turistas, -mueve la cabeza en señal de cansancio, detesta las multitudes-. Tiene la idea de visitar tres sitios emblemáticos allí dentro: el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones de los judíos; el Santo Sepulcro de los cristianos; y la Cúpula de la Roca  y la  Mezquita de Al-Aqsa  de los musulmanes. A este pensamiento le suma otro conocimiento previo: el casco antiguo está dividido en cuatro barrios, el musulmán, el judío, el cristiano y el armenio, –le parece que tiene clara la información, pero no son tan claros los movimientos que debe hacer para recorrerlos. Sus pasos vacilan. 

 
 

Aquellas callecitas empedradas y estrechas, el olor característico a especias y las mil y una tiendas de suvenires, más el hablar fuerte, casi a gritos de los lugareños ofreciendo sus productos, le dan la impresión de estar en medio de Inch'Allah, -esa película de la que recuerda algunas escenas, esa sobre la médica canadiense en Jerusalén y que trata el eterno problema entre judíos y palestinos. Escucha la multitud, con señas pide permiso para fotografiar una tienda, al momento una mujer soldado, armada hasta los dientes, -qué cosa, piensa que en su país las mujeres no tienen la obligación de prestar el servicio militar-, le dice que en ese lugar está prohibido tomar fotos, -no entiende la razón, pues no ve nada diferente, sigue su camino, -cae en la cuenta de que la información clara en su cabeza comienza a enturbiársele: ¿en qué dirección ir ahora? –No lo sabe, pero ya está caminando. Comprueba que a do quiera mire hay militares armados y un ambiente de zozobra pulula en el aire, -piensa que a lo mejor es por la manifestación que vio atrás. Cada esquina de la 'ciudad de Dios' está plagada de armas, -pienso irónico-. 

 
 

Llama su atención una casa edificada en piedra labrada, con un singular cardo romano circundado por mosaicos, lo que le hace creer que está en un zoco árabe, -aunque no lo puede confirmar, no lleva consigo una guía. Más y más tiendas de artesanías en madera, tejidos, cafés con narguiles a la entrada, puestos de frutas y hortalizas, y los talleres de orfebres captan su atención. Se encuentra con una señalización en la pared, en varios idiomas: “vía dolorosa”, y recuerda haber leído que cerca de ahí está la iglesia del Santo Sepulcro, -después de todo no está tan perdido, -recupera su entusiasmo-. Sigue una multitud que aparentemente reza el viacrucis o algo similar, en todo caso se trata de un rezo de la tradición cristiana. En poco tiempo está frente a esa iglesia. Toma su cámara, desactiva el flash, -otra señal le indica que se pueden tomar fotos sin él. Sólo quiere tomar fotos de la fachada, pues es imposible ingresar al interior a causa de la multitud de peregrinos. Decide subir por una callecita a su izquierda, porque no la ve tan concurrida, está absorto en aquella piedra amarilla tan hermosamente tallada; se deleita en el piso y sus rocas milenarias, en aquellos rostros tan diferentes a los que está acostumbrado a ver en su país de origen. Encuentra expresivas las vestimentas, especialmente las de los religiosos ortodoxos de las tres religiones que cohabitan aquella ciudad. Es otro mundo, -reflexiona.

 
 

Intempestivo llega desde el cielo un ruido, no entiende de qué se trata, son miles de personas que gritan y corren por la calle que tiene a sus espaldas. No sabe qué hacer ni hacia dónde correr. Como puede, entra por una puerta que encuentra abierta, -por fortuna la multitud no ha decidido subir por aquella callecita-. Mira hacia todos los lados. Está dentro de una casa. Una mujer lo mira desconfiada y al instante empieza a reclamarle, -o es lo que suponen los gestos que hace con las manos y el tono de su voz. Él trata de explicarle que algo está pasando en la calle y que sólo busca protegerse, que ha visto militares corriendo y una multitud, como un río desbordado. -Sabe que la mujer no le ha entendido. La mujer cierra la puerta de golpe y le pasa una tranca de madera. Escucha fuertes ruidos en el techo, así que dirige su mirada hacia arriba. Al instante se dejan caer varios hombres armados, -son como esos terroristas que ha visto en las películas. Cuando uno de ellos le ve, se le viene encima, le apunta con el fusil, mientras otro le arrebata la cámara de sus manos y el morral. Trata de explicarles que está allí porque afuera el ambiente está caldeado. Lo conducen encañonado a un cuarto oscuro en el interior de la casa.

 
 

Moratti se despierta con la cabeza a punto de estallar. Un coágulo de sangre no le permite abrir su ojo izquierdo, le han golpeado. Se da cuenta de que está atado de pies y manos y varios hombres alrededor suyo lo vigilan. Cuando ha superado el sobresalto, pregunta si alguien habla inglés. -English, English. Uno de los hombres armados levanta la mano, -le parece un infante pidiendo hablar en su salón de clase, siente Moratti un gran alivio-. Empieza diciéndole que él es sólo un turista colombiano, que ha llegado la noche anterior a Jerusalén y que como han podido ver en su pasaporte, hace poco llegó a la ciudad. -Piensa que no debió decir que era colombiano, pero ya es tarde-. El hombre le responde que deben esperar a que llegue el jefe y que todo se calme afuera.

 
 

Pasada, lo que Moratti cree ha sido una eternidad, un hombre que supone es el jefe, le pregunta cómo se llama: -me llamo Moratti Céspedes y soy colombiano, soy un turista. -Vuelve a reprocharse haber dicho que es colombiano-. - ¿Dónde se está hospedando? –es la siguiente pregunta. –Recuerda que en el bolsillo trasero derecho de su pantalón lleva una tarjeta del hostal, así que le indica que puede tomarla. Después de discutir varios minutos, el supuesto jefe pide a la mujer que traiga una palangana con agua y una toalla. Lo limpia, -siente Moriatti que por fortuna se trata de una cortada pequeña. Luego uno de los hombres lo desata y lo conduce a la entrada, indicándole que se vaya por donde llegó y que no hable con nadie, y le hace entrega de su morral con sus pertenencias. Con unos leves golpecitos en la espalda lo impulsa a salir a la calle.


Desconcertado, Moratti, pronuncia en voz silente: - ¿'ciudad de Dios'?, no me jodan. 


Comentarios

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  2. Interesante, tierra De Dios ??

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  3. Es una desilusión muy grande qué en pleno siglo XXI estemos en guerra entre pueblos y naciones enteros.
    Las violencias de los terroristas y delincuentes son espantosas pero cuando se trata de naciones como Ucrania y Rusia o Palestina e Israel son moralmente muy abrumadoras y aún más absurdas.
    La humanidad progresa mucho en ciencia, arte, filosofía pero moral y espiritualmente seguimos con atrasos milenarios. Luis Fernando González.

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    1. Así es Luis. Es paradójico que aún con tanto progreso y desarrollo se erijan líderes cuyo objetivo más importante es mantener a toda costa guerras fratricidas que no producen más sino pobreza, miseria y resentimientos.

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  4. Dios bendiga esas naciones que se encuentran enfrentadas y que secen esos odios. Un abracito.
    Yolanda Triana

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  5. Muy pertinente, gracias Luis. Las guerras son el fracaso de la sociedad y la pérdida de lo humano. Wilson Rico.

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  6. Las guerras son el vacio de Dios y el odio en los corazones...
    Jamás nos vemos cómo hermanos y esa es la causa de tantas guerras sin razón

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  7. Como siempre tu narrativa, impecable. Y el contenido, muy triste pero es la realidad. Aleyda Herrera.

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  8. Mi apreciado. Cómo puede el humano dejar de lado a la sabia Naturaleza ? Cuya diversidad nos enseña que es allí donde se encuentra la riqueza, donde se crea y reproduce la vida. La guerra nos habita, la evolución humana nos ha permitido elegir de una forma mas amplia la vida o la muerte, pero es evidente que nuestro corazón primitivo sigue siendo mas fuerte que la razón de la armonía, no sabemos que es vivir en paz, con nosotros mismos ni con otros. Qué clase de innovación o evolución hemos desarrollado ?

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  9. Gracias, amigo querido, viene como anillo al dedo, este alegre-doloroso viaje.
    Me encanta como narras... 👏🏻👏🏻
    Un abrazo inmenso 🌷Yolanda Corredor.

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