Pueblo Pequeño
Pueblo pequeño
"Paula es una bruja triste, buena, sola y melancólica.Les gusta tocar el piano, tejer y leer. También le gustan los bombones" (Bruja, Cortázar).
Anclado en la vertiente occidental de la cordillera central de Los Andes Colombianos,
se encuentra un pequeño pueblo, Alcalá, que padeció los intríngulis fundacionales,
mientras se definía a dónde pertenecería, como le pasó a
muchos otros villorios en este país del Sagrado Corazón.
Alcalá perteneció al Departamento del Cauca, cuando éste se llamaba “El
Cauca Grande”; luego perteneció al Departamento de Cartago, al que sólo 26 días le
duró tal denominación, y del que más adelante fue corregimiento. Luego fue
incorporado al Departamento de Manizales durante 20 meses y, finalmente, quedaría
anclado de por vida, al Departamento del Valle del Cauca desde 1910.
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El municipio hace parte de lo que se denomina la hoya hidrográfica del río Cauca. Y es
que hablando de ollas en el sentido homónimo, aparece viviendo en una de
las laderas de esta locación, en un barrio hundido (como en una olla), en la quebrada que divide al pueblo en
dos, la que era llamada 'Belina', apodada
“La Verrugosa”. Esto por la enorme verruga que enfatizaba su ovalada y severa cara de la que, para colmo de males, brotaba una mata de vellos con vida y
movimiento propios.
Todo en esta mujer insinuaba brujería: cabellos largos y blancos, escuálida y pálida, -una red de arrugas por la ausencia de colágeno, ya se notaba insistente en su cara-. Nariz
prominente y aguileña, con una giba que la asemejaba a una ganzúa; pechos que ya
habían perdido sus músculos suspensores, -y que ésta
no disimulaba con sostén alguno-; brazos enjutos que terminaban en manos con dedos
en extremo delgados y uñas en las que el tiempo, o más bien la
tierra, engendraba toda clase de bacterias, a causa de la mugre y el hollín. Su estómago
le hacía juego con el pecho, prominente y caído, -las malas lenguas
decían que no ingería alimento de humanos-. De las caderas se podía decir que estaban
ubicadas más arriba que las de una persona normal, por lo que las piernas arqueadas, se le veían largas y zancudas.
De los pies, decía doña Mercedes, -con una lengua tan larga que hubiera podido comulgar desde el atrio de la iglesia-, y quien tuvo la oportunidad de tenerla cerca sin desaparecer, que una hedentina emanaba de los miles de hongos que se reproducían en sus dedos y de aquellas garras que como uñas alimentaban la humedad y el sol. Y siempre las dejaba expuestas para producir mayor terror en grandes y pequeños, quienes no osaban acercársele por temor a ser convertidos en sapos o sanguijuelas, como se decía había hecho con varios pordioseros y miserables ya deaparecidos de la faz de aquel pueblo, sin que se hubiera registrado su deceso.
Vivía Belinda solitaria, en una casona de dos pisos y con un sótano
labrado en la tierra. Nunca se le conoció compañía humana. Su voz chillona repelía al instante a quien se atrevía a dirigírsele, aunque fuera para saludarla:
-¿Buenos días? ¿que
tienen de buenos?
-Respondía implacable a algún insensato que maliciosamente buscaba
recabarle información-.
Carecía totalmente de sentido del humor, jamás se le vio reír; -se
decía que pocos y afilados dientes delanteros le quedaban en su fétida boca-.
En aquel húmedo sótano, guardaba cuanto tarro viejo encontraba o le era tirado por
vecinos inescrupulosos: Envases de plástico, cartones, periódicos, huesos de vaca y de
otros animales sin identificar, -quizás para alimentar al jamás contado séquito de perros
y gatos desnutridos que la acompañaban, a los que podían contárseles las costillas-.
Acumulaba ollas y tapas de aluminio igualmente viejas, costales de cabuya y vidrio que
iba arrumando en cajas de madera, no se sabe con qué objetivo: -los chismosos del
pueblo decían que con todo este material preparaba sus brebajes.
-Ella muele vidrio y
huesos tostados que combina con plantas misteriosas, para darle de beber en pócimas
secretas a quien se hace digno de su odio, o según la solicitud de sus clientes;
-Se le escuchaba a Belio, quien afirmaba que la había visto cuando el recientemente fallecido, don Eustaquio
había bebido uno de sus menjurjes ‘disque’ para aliviarle la hinchazón crónica de
estómago-.
Cuando su rostro salía a la luz por alguna razón o para hacer alguna compra, una
procesión de canes y felinos temerosos la seguía, con la rapidez y zigzagueo que le marcara la cojera de sus largas piernas. Todos en un estado de domesticación y en formación dantesca. Y
prontamente se le veía retornando a su madriguera como si hubiera ido volando en
escoba.
En el patio trasero de la enclenque casa, crecía un huerto de la comúnmente llamada trompeta de
ángel o hierba del diablo, el estramonio; también cultivaba con celo desmedido la
belladona, la mandrágora y varias especies de hongos, -según comentaba en corrillos el yerbatero
del pueblo, don Gregorio-; él se encargaba de alimentar con oscuras historias, la ya
mala fama de La Verrugosa, con el fin de hacerle contrapeso para no perder su creciente
clientela de desdichados, cachones, atormentadas con fiebres extrañas y solteronas.
–Esa mujer es bruja, no hay que ser experto para saber que cultiva plantas
únicamente usadas por hechiceras–.
(Le llamaban Yerbatero y no brujo, pues era hombre devoto que asistía puntual a la misa de seis, todos los días).
Tenía Belinda una colección de palos de café, que con esmero cortaba, descortezaba, lijaba y luego lacaba, con lo que visiblemente y a propósito
daba más razones para que sus intrigados vecinos pensaran que era bruja. La misma doña Mercedes decía con su voz de lagarto:
-Ella usa esos palos como cabos para las
escobas en las que sale montada a dar sus paseos a altas horas de la noche,
-¿No la han
visto barriendo con ésas extrañas escobas de iraca?
–Enfatizaba-.
-En ellas alcanza a
llegar a otros mundos para reunirse en orgías interminables y aquelarres con otras
brujas; -¿No han notado que se desaparece por días y semanas enteras? Por eso hay que
poner matas de sábila y una herradura detrás de las puertas y trancarlas muy bien, no
vaya a ser que se nos entre a la casa.
-¿Quién sabe en qué libro de historia de brujería
había leído la vecina Mercedes que la escoba no era más que el palo que usaban las
brujas para untarse las mucosas de la entrepierna con los preparados a base de
estramonio, mandrágora y belladona, que luego introducían en la vagina,
produciéndoles alucinaciones y orgasmos, con lo que parecían estar volando.
Cierto día doña Gertrudis, se encontró preguntando de casa en casa por su gato, que no
había vuelto de su salida vespertina, el día anterior.
–Él salió como de costumbre por el
solar, yo lo vi cuando desapareció entre los árboles del patio trasero, como hace siempre
que sale a comer hierbas para purgarse, y no ha vuelto;
-tengo miedo de que Belinda lo
haya envenenado o lo tenga entre la manada de los suyos.
–Y es que se decía también,
que todos los perros y gatos de La Verrugosa, eran los perros y los gatos desaparecidos de los vecinos del pueblo, cercanos y lejanos, a los cuales, por medio de pócimas y
ungüentos les cambiaba sus facciones, para que sus dueños no lograran identificarlos. Nadie comprendía en aquel pueblo, de dónde sacaba tantos animales esta mujer y, por
qué siempre los que tenía, eran diferentes. ¿Qué hacía con los que no se volvían a ver?
Era otro de los misterios.
Los niños más arriesgados o, los más odiosos, le gritaban al pasar por su casa:
-“bruja,
bruja”;
Y salían despavoridos, no fuera que saliera y los convirtiera en sapos, como
veían que pasaba con tantas brujas malas de los cuentos en la televisión.
Algunos de los vecinos, trataron de incendiar varias veces la casa embrujada, sin
éxito alguno, como medida extrema para acabar con aquel criadero de ratas, cucarachas,
raros lagartos, libélulas malformadas, cucarrones invasores y negros pájaros espías, que
veían desfilar desde aquella casa a las demás casas del barrio y, sobre todo, con el fin de
extinguir de raíz los hedores insoportables, que no autoridad sanitaria alguna había
logrado desalojar de aquel basurero.
Cierto día sobrevivo sin previo aviso de nubes negras y vientos impetuosos, un torrencial
aguacero que lavó el pueblo completo. Bajo el agua, se vio a Belinda parada en medio
de la calle, con sus brazos al aire y sosteniendo en uno de ellos, un lustrado palo y lanzando al cielo oraciones confusas en una lengua del todo
desconocida para quienes, a través de las hendiduras de las ventanas de sus casas
cerradas, fisgoneaban.
Cuando todos creían que estaban viviendo los últimos minutos de
sus vidas, de sopetón amainó la tempestad, se calmó el viento y presurosas se colaron
las aguas de más al cauce de la quebrada. Uno a uno fueron saliendo los vecinos,
quienes no creían lo que veían sus ojos:
-Una mujer, Belinda, La Verrugosa, yacía tendida en el piso chamuscada enteramente-.
Desde aquel día no se volvió a hablar en
aquel pueblo de Belinda, la bruja, sino que se alimentó la historia de Belinda, La
Milagrosa, quien había calmado la ira de la naturaleza. Sin embargo, el yerbatero,
afirmaba con malicia y desdicha:
-“¿que no hay brujas? Que las hay, las hay”, este
pueblo es prueba de ello-.
Hacía ya tiempo que no nos deleitaba con sus historias. En este caso me pareció excelente su relato Luis Fernando. Me tuvo en ascuas hasta el final. Bien narrado, crea expectativas, lo tiene a uno entretenido y curioso por conocer el final. En este caso, sentí tristeza por esa infeliz bruja. En ningún momento se le vio disfrutar de algo. Solo creaba terror y curiosidad en el vecindario y ese aporte histórico de Alcalá lo desconocía. Muchas gracias por sacar tiempo para deleitarnos, a pesar de sus múltiples obligaciones. Reciba mi afectuoso abrazo y ojalá no sea muy lejana su próxima publicación. 🤗 Luz Stella Muñoz
ResponderEliminarMi querida Stellita del alma, tu siempre generosa con tus palabras. Qué gusto conectarme contigo a través de las palabras, sabes que estás en mi mente y en mi corazón. Un abrazo grande.
Eliminar✨ Hay historias que no solo se leen, sino que se presienten… como si una brisa antigua, cargada de murmullos y ecos de tierra mojada, se deslizara por las palabras. Esta narración sobre Belinda, la Verrugosa, más que un relato es un conjuro: nos confronta con los arquetipos que habitamos, con los miedos que heredamos, con las verdades que silenciamos para sobrevivir en comunidad.
ResponderEliminarTu sublime pluma como autor nos trae a colación escritura que respira humanidad y hechizo, nos recuerda que los márgenes —ese lugar donde habitan las brujas, los olvidados, los que no caben— son también territorio sagrado, fértil en símbolos y verdades profundas.
Gracias por devolvernos, con letras que tocan el alma, a esos umbrales donde lo mágico y lo humano se abrazan sin pedir permiso. ✨ Un abracito don Luis, te recuerdo siempre con mucho cariño,
EmiliaBH
Mi querida Emilia, qué gusto leer tu comentario lleno de poesía y elocuencia. Así es, las historias de brujas casi siempre nos hablan de los aislados, de los excluídos, de quienes se convierten en pretexto para responder a preguntas que la razón o el sentido común no logran responder; de las mujeres, siempre excluídas de la historia.
EliminarOtro abracito de vuelta, yo también te recuerdo con cariño enorme.
Me recuerda los años de mi niñez soy testigo de esta historia cuando mis amigos y yo tiramos piedras ala casa de la bruja que bueno es recordar un abrazo
ResponderEliminarMi querido amigo, recordar es vivir un poco. Qué bueno que esta historia te ha hecho revivir esos tiempos plenos en que el riesgo y la aventura nos llevaban a transgredir los límites del miedo y el misterio. Un abrazo.
EliminarLuisfer, Buenos días..... Me alegra que estés escribiendo de nuevo, aunque te confieso, leí anoche tú cuento y tuve pesadillas jajajajaja ..... Poco me gustan los temas de brujas. Iris Peña.
ResponderEliminarMi querida Iris, eso también es válido, si te asusto, surtió efecto, ja, ja, ja. Un abrazo.
EliminarQue bonito don Fernando me encantó este escrito ,tienes el poder de tener a los lectores esperando el desenlace, un abrazo 🤗 Nancy Salgado
ResponderEliminarEstimada Nancy, qué gusto volver a saber de ti. Y más gusto me da que te haya gustado el relato. Un abrazo.
EliminarEstimada Nancy, qué gusto volver a saber de ti. Y más gusto me da que te haya gustado el relato. Un abrazo.
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