Fráncfor bajo cero

Fráncfor bajo cero

Artemisia había llegado a Fráncfort por pura casualidad. Su permiso de turista en Israel le permitiría estar solamente un mes y no un mes y medio como rezaba en su tiquete de regreso. Cuando fue a notificar el cambio de fecha, el dependiente de la aerolínea le brindó como única opción, cambiar el vuelo haciendo una escala en Fráncfort, pues la aerolínea sólo volaba a Bogotá cada fin de semana.


Dubitativa aceptó, mientras el agente, en su ladrado inglés le daba las instrucciones:

Debes llegar a Fráncfort, anunciarte con un agente de Luftansa, ―su acento aleman salió a pleno pulmón, ―y continuó―, para que te incluya en el vuelo del próximo fin de semana y te dé el voucher del hotel.

Recitaba las instrucciones aprendidas de memoria.

Comidas, bebidas y transporte local corren por tu cuenta, enfatizó y cerró la lista de instrucciones.

Al cabo de unos segundos, la miró hierático:

El hotel queda cerca del aeropuerto Fráncfort Main, puedes llegar en metro, ―y de nuevo se sumergió en la pantalla―.

―La incertidumbre que se había dibujado en el rostro de la joven, pareció disiparse, pero al comprobar que no estaba segura de haberlo comprendido todo, emergió de nuevo como un fantasma―.

El día de la partida se dirigió al aeropuerto Ben Gurión en Tel Aviv, pasó nerviosa por el sinnúmero de anillos de seguridad e interrogatorios de uno de los aeropuertos más paranóicos del mundo.

―Por instantes se debatían en su mente las imágenes inéditas del muro de hormigón o la valla electrificada que surca los territorios Palestinos, vistos en su visita a Belén y Ramallah.

―¡Qué irónico, pensó, ―la ciudad de Dios sitiada por y para sus propios hijos―.

Sentada en su silla de avión, se dedicó a leer y editar las notas que acostumbraba escribir cada vez que viajaba, tratando de calcar cada uno los detalles de sus actividades en aquel contrastado país.

Se quedó dormida. 

―Disculpe señorita, la despertó la aseñorada azafata al rozarle el hombro con sus anchas caderas y siguió de largo.

―En la ciudad de Fráncfort son las 6:30 p.m. y se registra una temperatura de 3°C bajo cero, así que abríguense muy bien para no pescar un fresfriado, ―anunció socarrón el capitán―.

¿Tanto había dormido? No podía creerlo, ―buscó aturdida su chaqueta en el piso―.

Las manecillas del reloj mostraban unos minutos pasadas las ocho. Y un frío polar que taladraba los huesos la hizo estremecer. Saber que no estaba preparada para este invierno europeo. ―Ensimismada intentó encontrar una solución, pero nada se le ocurrió. ―Como si la solución para el frío hubiera que buscarla en Marte―.

Como no logró recordar las indicaciones que le había dado el auxiliar, tomó un taxi a su pesar.

―¿Por favor, podría subir totalmente el vidrio? ―Un rostro descompuesto por la embestida del viento hizo que el taxista procediera con presteza.

Durante el recorrido lamentó no haber podido terminar sus vacaciones. Por fortuna la aerolínea no le ha cobrado ningún recargo por el cambio de fecha ―Se dijo optimista, mientras recordó que sólo unos pocos dólares le quedaban en la billetera―.

―¡Qué puedo esperar después de haber gastando como millonaria durante un mes! ―Rió burlona―.

―Señorita ahí está su hotel, ¿quiere que le ayude con la maleta?―

―Sí, por favor, muchas gracias, es usted muy amable.

Y le extiende, como quien no quiere, un billete de cincuenta dólares.

Se da cuenta que debe reservar otros cincuenta dólares para el regreso. 

Ya en el cuarto del hotel se siente abrigada. Estudia cómo regular la calefacción, pero rápido la abandona la concentración. Va al baño.

―No es precisamente una suite presidencial, ―sonríe resignada, al comprobar la estrechez de aquel cuarto―.

―Al menos la cama es cómoda, ―se desploma rendida―.

El calor abrazador la despierta súbitamente.

―¿Qué hora es? ¿Por qué estoy empapada en sudor?

―Se pregunta, al tanto que se levanta con dificultad para mirarse al espejo.

―Es el calor inusual del radiador, ―respira aliviada―.

Baja la temperatura o eso cree y regresa a dormir.

Cuando está a punto de dormirse de nuevo, el frío la petrifica, parece como si hubieran abierto un frigorífico.

―¡Carajo, qué frío tan espantoso! ¿Por qué no logro entrar en calor? ―Piensa, mientras comprueba que han pasado tan solo diez minutos desde la última vez que revisó la temperatura―.

Se levanta otra vez, mira el termostato.

―¿Cómo funciona este aparato? ¿Qué estaré haciendo mal? ―Tirita de frío―.

Hace tan solo unos minutos se moría asfixiada de calor y ahora se hiela. Y de tanto pararse a descifrar las palabras ―hitze, kälte, gemäßigt, feucht, entre otras―, que en alemán están inscritas en diminutas letras al lado del termostato, volver a acostarse y repetir todo de nuevo, comprueba que son las nueve de la mañana.

―Mi estómago ruge. ¡Qué bienvenida me ha dado Fráncfor! ―habla sola, ¿me estaré volviendo loca?―. 

Va al baño, no tiene ganas de desempacar, se la ha pasado un mes yendo y viniendo por diferentes lugares ―está harta de hacer y deshacer la maleta, ahora llena de ropa sucia.

–Decide quedarse con los mismos pantalones desteñidos y se cambia la blusa

Cepilla sus dientes y se peina. ―¡Qué demacrada estoy!―. Al momento se encuentra en el lobby del hotelucho, ―ha empezado a considerarlo un hotelucho y cree que por eso la aerolínea no le ha cobrado sobrecargos―.

―Disculpe, señor, ¿hay cerca alguna cafetería? ―Pregunta al dependiente―.

―Cruzando la calle se va a topar con una estación del metro y adentro verá varias―.

Abre la puerta, se siente insegura y totalmente presa de la ansiedad―; una ráfaga de viento la embiste implacable.

―Se devuelve, pide las llaves y corre por las escaleras, tiene que calentarse. ―Está extremadamente cansada―. Busca un suéter para ponerse debajo de la chaqueta. Es todo lo que tiene para protegerse del frío.

―Las manos tendrán que mantenerse dentro de los bolsillos, los demás miembros tendrán que resistir.

―Es que no estaba preparada para este invierno. ―Se repite como si estuviera justificando su suerte―. 

En la calle, busca algo que se parezca a una estación de metro, quiere escapar de esa nieve derretida que se le mete por entre sus zapatillas. Apura el paso, cuida de no caerse. Abre la puerta porque ve a otros hacerlo y se introduce en aquella estación.

Tomada de: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjEaU6G9kJLJFEO_IkfeCZq0PSNEaxOUf0xO_Mlun10kwzz-zpFAU8A-AF4vbQ2XpL87NEcFzfEvTLI0heEJWYu8WvvvQYtlNSVlzjR_8GPR9pDRvmPHLIi7DvfCl4pDOX3V2q-c3sDzQ8ZGAnSuE2om1Bq-CTbrP31IpGbtnqGM8Pnb7zoq5tzMalEuPQ/s800/opini%C3%B3n-de-la-calle-en-frankfurt-main-101789021.webp

A corta distancia un olor a pan recién horneado la atrae y un incipiente aroma a café la reconforta, ―piensa que a lo mejor no será café colombiano― . Recuerda que debe ser muy medida con los gastos, pues sólo 80 dólares le quedan, además de los cincuenta para pagar el taxi de regreso. Mira detenidamente los precios y luego los productos.

―Sólo podré desayunar con un croissant y un café con leche, ―confirma después de hacer cuentas rápidas y recordar que aún le quedan cinco días hasta su vuelo a Bogotá―.

Pide la orden al chico detrás de la vitrina y se sienta a comer con una ligera preocupación en la mente. 

Cuando está a punto de terminar aquel breve desayuno, confirma consternada que ha quedado con hambre, lo que es peor, no ha pensado en el almuerzo y la cena de cada día. Y aquel frío, ese maldito frío, con toda seguridad hará que tenga más hambre. Un pánico ligero comienza a azuzar su gastritis. Se abastece de pan y galletas que es todo lo que puede comprar, mientras calcula que el agua del dispensador en el pasillo del  hotelucho, será su bebida. –!Tengo qué resistir¡ ―está preocupada, se siente mareada. 

Vuelve a dormir. Un calor volcánico la recorre.―Una circunferencia palpitante se va ensanchando y amenaza con explotar su cráneo―.

―Seguro me he enfermado, ―lo confirma al comprobar en el espejo sus ojos llorosos, sus mejillas sonrojadas y ese insoportable  dolor de cabeza―. 

―No logra explicar el movimiento involuntario de sus ojos hipersensibles ahora a la luz, una nebulosa purpúrea y gelatinosa se le enreda en la mirada―.

Abre la puerta en busca de alguien que la ayude. Encuentra a un muchacho africano, es uno de los aseadores del hotel, ―lleva una aspiradora en sus manos.

Como puede le hace señas, una pastilla para el dolor de cabeza ―le ruega―. Presuroso corre el chico y regresa con un sobre de pastillas y un vaso de agua. Le da las gracias y vuelve a la cama.

No han pronunciado ni una sola palabra. ―Presume que es un inmigrante. Vuelve a dormir. Más tarde se despierta, toma agua y come su calculada ración de pan.

Continúa durmiendo. Se despierta, enciende la televisión. Navega a través de canales para ella extraños; Österreichischer Rundfunk, Zweites Deutsches y Das Erste―; se siente molida, aletargada, en extremo debil. No sabe si es de noche o de día, está perdida en aquel cuarto, no quiero mirar el reloj, salir a la calle sería una locura, duerme de nuevo y por siglos.  

Así pasan aquellos días en Fráncfort, o mejor, presa en aquel cuarto de hotel. Entre escalofríos, calores sofocantes y fríos polares, con un hambre inventada y saciada a punta de pan, ya duro por el cambio constante de temperatura; entre leves  salidas al pasillo a buscar líquido robado. Y entre frustraciones deshechas por las tantas veces que ha intentado adivinar cómo funcionaba el termostato. Una tosecilla con flema y un fuerte dolor entre las cienes amplían ahora el abanico de sus síntomas .

Es domingo, su vuelo sale a las nueve de la mañana, se alista desde temprano, baja a la recepción. Como no ha consumido nada, sabe que no debe nada, ―está a paz y salvo, señorita, ―sonríe sarcástico el dependiente―.

Decidida le pregunta si está hoy el chico africano que hace aseo en el hotel. ―Quiere agradecerle por las pastillas ―Él no tiene turno hoy, le responde―.

Ya en el avión Artemisia se siente aliviada, ―eso es sólo un decir, su cuerpo podría colapsar en cualqueir momento―. En todo caso ya va a llegar a casa, ―se conforta―. Se instala en su silla y se duerme en un sinfín de dantescas pesadillas en las que se entrecruzan las recientes aventuras vividas durante su viaje, las agresiones constantes entre hebreos y palestinos y los escalofríos que la atribulan. 

Está ahora recibiendo su maleta en la fría Bogotá ―había olvidado que también su ciudad es fría―. Toma un taxi, que tendrá que pagar su madre, pues ya no le quedan ni monedas―. Consternada comprueba en el espejo que su cara está inflamada, toca sus brazos y los siente también inflamados, su estómago y todo su cuerpo le duelen.

El rostro de su madre al verla le confirma que está enferma, en el mismo taxi la lleva al centro de salud más cercano, desde donde la trasladan al hospital militar. El diagnóstico es aterrador, 'fiebre del Nilo de Occidente', su procedencia lo confirma; ―en Tel Aviv y sus alrededores ha habido recientemente un brote de fiebre del Nilo, su estado es crítico, ―anuncia cortante el médico tratante―.

¡En la UCI de aquel hiospital yace Artemisia con una encefalitis persistente! 

Afuera su madre y algunos familiares esperan un descenlace fatal.

Comentarios

  1. Querido Luis Fer, gracias por compartir este escrito conmigo, me fascinó. Espero verlos pronto. Un abrazo

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    1. Estimado Camilo, ha sido un gusto recibir tu libro, espero con ansias sumergirme en su lectura. Ya te contaré mis apreciaciones. Mil y mil gracias.

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  2. Mi estimado Luisfer, me devoré el relato pero quedé con ganas de más. Espero conocer en qué termina la historia. Un abrazo

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    1. Esa es la idea, querido lector, que quedemos con ganas de más, de recibir mi próximo relato. Eso sí, no puedo prometerte un final feliz o simplemente un final, pues eso te lo dejo a ti, así que siéntete con la libertad de darle el mejor final para ti. Un abrazo.

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  3. Gracias por compartir tu escrito. Me lo leí en un santiamén. Tiene suspenso y alcanzas a sentir lo mal que Artemisia la está pasando. Un abrazo ! Sigue escribiendo !

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    1. Apreciado lector, claro que seguiré escribiendo, he intentando parar, pero sencillamente no puedo, es un imperativo para ser feliz.

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  4. Luis Fernando. Muy bien narrado este cuento. Excelente y realista. Sufrí leyéndolo, mientras conocía el desenlace, imaginando cantidades de posibilidades. Jamás pensé que terminara con una fiebre posiblemente fatal. Gracias por compartirme. Luz Stella Muñoz.

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    1. Stellita querida, bella y generosa como siempre con tus palabras.
      No sabes lo que me costó encontrarle un final a este cuento! Quizás necesité experimentar de nuevo la enfermedad para encontrarlo, no sé.
      Por fortuna los vientos van soplando a favor de las velas de mi barco. Un beso y un abrazo.

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  5. Fantástica la narración, Luis Fer. Espero con ansias que Artemisia pueda salir con bien. Recibe un fuerte abrazo. Buen domingo!! Que sea reparador el descanso. Patty Carnevali.

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  6. Gracias migo. Qué bueno que hayas vuelto a escribir. Juan Guillermo Londoño.

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  7. Hola mi querido Fer, definitivamente tienes un talento genial para narrar, que buen relato me has compartido, graciassss. Carlos Cardona.

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    1. Querido Carlitos, valoro tus palabras, espero que todo les esté yendo bonito. Un abrazote.

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  8. Migo, felicitaciones, tu forma de narrar la travesía de Artemisia, me llevo a acompañarla en su viaje. Abrazos y muchos besos 😘

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    1. Genial, qué bueno que hayas acompañado a Artemisia en su viacrucis y que te hayas convertido en otro de los personajes. Un abrazo.

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  9. Wow!!!! La terminación una sorpresa. Me encanta el desarrollo de su personaje principal. De verdad, me siento muy mal por su enfermedad. La manera en que me enseña sus pensamientos es impresionante para atraer sus lectores a seguir leyendo. Gracias por compartirlo. Ruth Young.

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    1. Bella tu, querida amiga, generosa en tus palabras. Navega por todo el blog, en entradas antiguas hay cositas que te pueden gustar. Un abrazo y hasta que las margaritas nos vuelvan a convocar.

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  10. Me encantó 🙏🏻🤣 León Darío Builes.

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  11. Buenas tardes mi querido Luis Fernando...leí, el relato...me pareció realista..me gusta la descripción precisa y como evocas los contrastes...del frío con el calor 🌋 volcánico,.para dar fuerza y vivacidad al relato.. está excelente bien logrado..
    Felicitaciones.. Edgar Hernández

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  12. Luis Fernando, no conocía de tus talentos y tanto tiempo que compartimos trabajando.Me encanto esta narración, del personaje principal,muy real.
    Un gran abrazo

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  13. Felicitaciones!!!!desconocía tus talentos de escritor.
    Excelente relato, muy realista en el personaje protagonista.
    Feliz tarde.
    Ya leeré tus publicaciones anteriores👍👍👍👍 Angélica Restrepo.

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    1. Siempre recordada Angélica, qué gusto saberme leído por ti, es un honor. En contacto.

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    2. Siempre recordada Angélica, qué gusto saberme leído por ti, es un honor. En contacto.

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  14. Muy interesante La historia...
    No paré de leer hasta terminarla...
    Un lenguaje muy rico y variado...
    Mantiene la atención del lector...
    Me alegro De haberte tenido como compañero...
    Y siento Mucho orgullo por ti...
    Espero que logres escribir Un buen libro...
    Con tus historias y tus cuentos...
    Néstor Emilio Giraldo

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    1. Más me alegro yo, estimado Néstor de haber coincidido contigo en el camino de la vida. Seguiré escribiendo y prometo no parar. Un abrazo.

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  15. Me encantó. Que conexión con la historia. Me imaginaba tal cual lo que leía, en mi mente. Pensaba en todo lo que se pasa en una ciudad o lugar desconocido. Clima, cultura, dinero. Infinidad de cosas. Excelente escrito. Una historia para un libro completo. Isabel Nohavá.

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    1. Isa querida, es muy importante para mí conocer lo que los lectores sienten y piensan cuando leen lo que escribo. En estos momentos de mi vida comprendo que no puedo vivir sir escribir y mi propósito será mantener en alto esta actividad que me llena de vida.

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  16. Esperando el desenlace de Artemisia y su pronta salida de la UCI..
    La primera palabra de la ciudad.. Tocó buscarla al instante.. al gran google.. aun en mi mente suena esa Ka. Johan Quintero.

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    1. Estimado Johan, lo mejor es que tú sí puedes hacer que Artemisia se recupere y salgo pronto de la UCI. Regálae ese final!

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  17. ¡ Qué buena narración, querido Luis Fernando!
    Hay que leerla de una, como si uno estuviera también expuesto al dolor de cabeza.
    Artemisia, haciendo honor a su nombre diosa de la casa, regresa ...buen final.
    Te felicito.🤗🤗
    Gracias por compartirme el relato, Luis Fernando.
    Un fuerte abrazo.🤗 Yolanda Corredor.

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    1. Mi querida Yolanda, qué gusto me da saberme leído por ti. Gracias por tu bondad y tus palabras. Por estos días ando desempolvando un arsenal de relatos y cuentos que tengo guardados y que no se resisten al polvo del olvido. He tenido que enfrentarme a mí mismo y, sobre todo, a la difícil tarea de darles un final. Qué tarea más árdua! Un abrazo.

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  18. Don Luis Fernando, tu pluma transforma la incertidumbre en arte. La travesía de Artemisia nos deja con el alma helada y el corazón encendido: es una radiografía íntima del desarraigo, la fragilidad humana y la fuerza invisible de quien sobrevive a lo impensable. Gracias por contar con tanto filo y tanta ternura.
    Tu relato sobre Artemisa es un viaje que despierta los sentidos: cautiva por su intensidad, conmueve por su humanidad y deja una huella que trasciende las palabras. Gracias por narrar con alma.

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    1. Emilia querida, qué buena lectura que haces de este relato! Para ti admiración profunda por sacarle jugo a las palabras. Eso de narrar con el alma, es bello y más viniendo de ti. Un abrazo.

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  19. Hola mi hermano gracias x compartir está historia me Dan ganas de viajar pero no en con esas incomodidades un abrazo

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    1. Estimado lector, ese es el riego de vivir y también el riesgo de viajar. Nunca sabes lo que nos espera a la vuelta de la esquina. Un abrazo.

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  20. Hola querido Luisfer, un saludito, tarde pero te contesto. Muchísimas gracias por el relato, me gustó bastante, que manera de redactar tan bonita. Te agradezco compartirlo conmigo, tu sabes bien lo corta que soy en este campo y ahora con tantos años más aún. Mechudito te hago mi comentario con mucha pena, tu que sabes tanto y todas las personas que te escriben.
    Me gusto mucho como desgloso las dificultades tan grandes que pasó la chica, da pesar lo duro que le toco esos pocos días. Uno se solidariza con ella en varios momentos y la descripción le permite a uno imaginarla tal como se veía tan grave. Me gustó el fin abierto, concluyo que la chica no sobrevivió, se agravó sin asistencia médica y tan terribles síntomas, ya era muy tarde. Esos brotes son fatales.
    Me llama la atención lo que conoces a los colombianos, no somos previsivos y nos gastamos toda la plata sin pensar en algún problema que se nos puede presentar, no creemos que la vida cambia en un momento, también la agilidad para resolver los problemas que se presentan en un momento dado y poder medio comer para sobrevivir esos días, sin plata, conseguir una medicina sin hablar y tan enferma, en fin esas cosas solo se nos ocurren a nosotros los colombianos, de alguna manera salimos adelante pedaleando como sea.
    Luisfer perdóname mis comentarios tontos, me da mucha pena pero yo no doy mas. Mil gracias, te recuerdo con inmenso cariño y alegría haciendo memoria de lo que vivimos y compartimos en el colegio en las buenas y malas.
    Todavía me puedo valer por mi misma en cámara lenta con este montón de años . Le doy muchas gracias a Dios por tanta misericordia conmigo.
    Un abrazooooote y toda mi admiración por ti❤️👏👏María Cristina (Pabita)

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    1. Mi siempre querida y recordada Pabita. Es un honor saberme leído por ti, me gusta saber que estás bien. Te mando un abrazo grande con todos los bellos recuerdos del tiempo compartido, aún latiendo en el corazón.

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