Carmelita y su vaquita Adela
Carmelita y Adela
Carmelita afirmaba que no podía despertarse si no ponía el reloj, -podría seguir durmiendo por siglos, -decía. Y siempre se despertaba antes de la alarma. Temprano, mucho antes de que el único y dueño del harén de las gallinas empezara con sus pavoneos, ella se ponía en pie. Se daba un baño de gato con la escasa agua que lograba recoger en la única jofaina de la casa; luego caminaba unos cinco pasos y ya estaba en la cocina. Tomaba el tarro viejo que le había servido como recipiente para guardar el café por siglos y, colaba el café que ella misma cultivaba.
–Producía, en una decena de cafetos que tenía en su parcela y en una tierra que no estaba hecha para su cultivo, el café más delicioso del mundo.
Le gustaba cerrero, -decía que la mantenía joven y con bríos de mula vieja; luego, ponía a calentar una arepa de maíz, la embadurnaba de mantequilla y desayunaba con un trozo de queso, todo fabricado por ella.
Decía que antes de terminar el café, cuando le quedaban tres tragos contados para el fin, dejaba caer en la taza un generoso chorro de leche; -decía que amaba el caer del líquido blanquecino y el efecto que producía cuando se juntaba con el resto del café, allí podía leer alegría y abundancia; y lo terminaba en tres tragos, ni uno más, ni unos menos.
Decía que a veces se le hacía tarde por estar embebida en tanto detalle, sobre todo lavándose los dientes que ya casi no tenía y peinándose sus largos y escasos cabellos blancos. -Ya estoy lista, -se decía, mirándose una última vez en el desplateado espejo que la hacía ver como una serpiente; y echaba para fuera.
Siempre la llamaba por su nombre: -Adelita, mi Adelita ¿cómo amaneció hoy? ¿Durmió bien mi niña? ¡Ya voy pa’ donde ti, ya voy! -Y Adelita respondía con su primero y profundo mugido, como si de un diálogo entre dos personas se tratara.
–Ella me entiende y me responde, -decía la abuela, -ella siempre me entiende.
La viejita ya se había aperado en una mano del secular canasto lleno de pasto y alfalfa frescos, y en la otra del inmortal lazo, el que le había servido siempre para manear a su vaquita, aunque decía que a Adelita no le gustaba que la manearan, -ella no da la misma leche cuando la amarro, se siente incómoda, pero siempre llevaba el lazo y con él el balde de la leche, un par de cantinas y el colador grande de la casa.
Carmelita siempre le daba un beso en la frente y ella respondía con un mugido diferente. -Decía Carmelita que esa vaquita era muy entendida, que estaba muy mimada y que cuando no la besaba se resistía a dejar salir la leche. Lavaba sus ubres con ternura sempiterna, las secaba con la lona de seda que siempre llevaba al cinto y las masajeaba con una dulzura primordial.
A Adelita le gustaba que el ordeño empezara siempre por los cuartos delanteros de su ubre, -afirmaba la abuela. Cuando Carmelita lo olvidaba, ésta se encargaba de recordárselo con un mugido ensordecedor; -ya sé, me equivoqué, -perdóname Adelita, perdóname, -no lo vuelvo a hacer. -Y repetía el bramido para dejar claro que no podía olvidarlo de nuevo. Decía la abuelita que esa era una vaca casi humana, que sentía como un mortal. Y finalizaba el ordeño con los cuartos traseros. Adelita era una buena vaca lechera y, cuando todavía tenía más leche para dar, emitía una señal: como si de una niña que todavía no puede hablar se tratara, comenzaba un alegato impresionante; entonces Carmelita, que la conocía desde hacía siglos, empezaba el ordeño otra vez.
A esta altura se podían contar casi cinco litros, -decía la abuela con una sonrisa desbordada. En una cantina colaba la leche para el queso; en otra, la leche para la mantequilla y el café y en otra más grande, la restante que canjeaba por cigarrillos y víveres en la tienda. –Carmelita era una fumadora empedernida, -decía que la mantenía con buena salud y que cuando dejaba de fumar, se enfermaba.
Después de llevar la leche a la casa y una vez que Adelita había terminado su bien rumiado desayuno, las dos salían a pasear: unas veces se dirigían a la montaña, lo que a Adelita no le gustaba tanto, -había que arrearla so pena de bramidos bravíos y alboroto en el camino. -Decía Carmelita que su vaquita tenía que hacer ejercicio porque estaba muy gorda. Otras veces bajaban hasta la quebrada. -Las dos amaban ir a la quebrada porque aquel era un paisaje de ensoñación: -el ruido del agua al roce con las piedras, los pajaritos bebiendo y cantando, los guaduales alborozados por el viento y aquel aire puro y embrujado, las sumía en un mágico letargo, en donde el tiempo no era tiempo y la felicidad se anclaba en la piel. -Y de paso, dejaban la leche en la tienda y recogían los cigarrillos y los víveres.
-Decía la viejita que su vaquita la embobaba, que le hacía perder la noción de la vida en esta tierra, que le disipaba el miedo y la soledad, hasta el punto de que ya no sabía qué significaban. –Ya me cogió la tarde para el almuerzo, -le discutía Carmelita, como volviendo en sí. Adelita le devolvía una mirada tierna, mientras rumía por quincuagésima vez las verdes hierbas que iba encontrando. -¡Claro, como usted ya está llena de tanta cosa que ha comido! Y emprendían el regreso entre cantos y bramidos.
Decía Carmelita que un día mientras ordeñaba a su vaquita, notó grumos en la leche. Luego procedió a revisarla y, ahí estaba: la ubre se veía inflamada y el color de la leche no era el de la leche. Se preocupó entonces, pues a Adelita nunca le había dado mastitis. -Decía que le había preparado una decocción de eucalipto, hierba mora, llantén y caléndula con alcohol, tal como lo había aprendido de sus padres desde hacía muchos años, y la había inyectado en la ubre. -Decía que para desinflamarle la ubre también había machacado un manojo de chulquillo, hojas de hierba mora y pulpa de papaya y, que luego le había untado ese ungüento, dos veces por día, después del ordeño. -Decía que todo lo había hecho con particular devoción. -La vaquita la miraba con tristeza, mientras Carmelita la animaba con más besos y caricias. Se le notaba lo enferma que estaba, y con el paso de los días, no mejoraba.
Carmelita y Adelita estaban muy tristes. Ya la leche no se podía tomar, pero había que ordeñarla para ayudarla a eliminar las bacterias. Era un acto doloroso. –Decía que ahora tenían fiebre las dos, y que en la mañana les costaba mucho despertarse y, sobre todo levantarse, no obstante el ruido ensordecedor de la alarma del reloj. Carmelita se sentía intranquila, como cuando algo que no se sabe qué es, va a suceder. –Ella temía lo peor, pero se resistía a creerlo, pero seguía cuidando a su vaquita.
Lo peor sucedió una tarde, cuando la lluvia arreciaba y el sol escondido por entre unos nubarrones negros, las vigilaba agazapado, -él ya lo sabía. Carmelita había ido al establo a ver cómo seguía su Adelita del alma, cuando con sorpresa la vio tendida en el piso, y unas lágrimas gruesas en sus ojos y un desaliento generalizado la invadieron, mientras caía tendida en su regazo y lloraba a ríos. Su vaquita estaba muerta y, entonces ella también había empezado a morir.
Desde aquel día Carmelita no volvió a pararse de su cama, hasta que algunos vecinos sorprendidos al no verla por los alrededores, comprobaron al llegar a su casa, que yacía apacible en su legendaria cama. -Mientras a sus narices llegaba un olor nauseabundo, como de carne en descomposición, desde el establo. Carmelita y Adelita volvían a estar juntas para gozar entre las nubes de días eternos de sol, y de un paseo, que dicen, no tiene fin.
Que hermosa narración,!!!! así se manifiestan muchos seres humanos con sus animales.Decidieron partir juntas.
ResponderEliminarFelicitaciones que tierna y bella historia.
Es una historia maravillosa, llena de belleza, sensibilidad y amor. Me fascinó, LuisFer; lograste atraparme desde el inicio hasta el final y transportarme por completo a ese lugar.
ResponderEliminarBello relato como de otras épocas como mezcla de cosas del campo de unas sensibilidades ya perdidas pero profundamente humanas felicitaciones me recordó una narración reciente de alguien evocando a sus abuelos en el crudo invierno española que traían a los cerditos recién nacidos a compartir la cama con ellos para que no murieran de frío. Dios pensar que eso era amor es incompatible con estos tiempos. Fernando Sánchez Sánchez
ResponderEliminarAyyyyyyy
ResponderEliminarMuy lindo y muy bien contado.
Me llenó de ternura ese amor compartido.
Felicitaciones. Luz Stella Muñoz.
Muy linda narración!.... Por acá por la vereda hay muchas Carmencitas y vaquitas Adelas.... Muchas mujeres adultas viviendo solas en una finca con una vaca yo ya casi me parezco a una de ellas jajaja. Iris Peña
ResponderEliminarGracias, que bella narración. Angélica Restrepo.
ResponderEliminarGracias por compartir,es una historia de verdadera amor y mutuo interés. Javier Jurex
ResponderEliminar¡Qué historia de amor tan hermosa!
ResponderEliminarMe sentí cautivado desde la primera línea por los detalles de la descripción, la calidez, el lenguaje y el encanto de Carmelita y Adelita.❤️❤️❤️
La historia es muy hermosa. Y triste. La relacioné mucho con mi abuela ella amaba y trataba muy bien a sus animalitos. Pero lo mas lindo es la conexión entre ellas. Me gustó mucho xq se ve el vínculo, las emociones y sobre todo el respeto. Definitivamente hermosa historia. Mauricio Santiago.
ResponderEliminarHermosa narración
EliminarConmovedora la historia con final triste 😢 y a la vez bonito. Trascendió su amor a la muerte. Isabel Nohavá.
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