Pánico en la Misión
Pánico en la Misión
A sus veintiuno recién cumplidos,
Casimiro Biandante conservaba fresco su sueño mesiánico de salvar el mundo. Sus
pasos lo habían llevado a una congregación religiosa católica para dedicarse a
las misiones en tierras inhóspitas como las que ahora pisaba. Nomás dejar la
lancha que lo había transportado por más de cuatro horas río Cauca abajo y
después de haber surcado por alrededor de catorce horas los más de 800 kilómetros
que desde Bogotá conducen a Caucasia, Antioquia, se disponía con ojos
desorbitados por la emoción a esparcir el mensaje cristiano con ahínco y pasión
juvenil, de un modo muy singular.
Él había dedicado varios de sus años
anteriores al estudio y práctica del teatro, su segunda pasión, y además había
hecho ya sus primeros pinos como aprendiz de maestro. Así que su modo de
evangelizar pasaría primero por su trabajo teatral y también teniendo como
escenario el tablero y la tiza, cuando los había disponibles en el pobre
colegio donde actuaría como profesor.
Panorámica del río Cauca, Colombia |
-Sean bienvenidos todos los
civiles a estas tierras del departamento de Sucre-, pregonó con voz de mando
uno de los militares, al parecer de medio rango. -Les pido prestar la mayor
atención-. Casimiro quedaba suspendido entre la lancha y el primer escalón de
la incipiente construcción que los locales llamaban muelle, amenazando con caer
al agua.
–Por favor leer detenidamente el
volante que el soldado Ricaurte les
está repartiendo, antes de llegar a su destino final-, interpretó Casimiro,
antes de dejar la chalupa, por lo que volvió a sentarse. La elocuencia e ilación
casi perfectas del militar, llamaron la atención del prospecto de misionero.
–Si tienen dudas o inquietudes acerca
de los procedimientos a seguir, no dejen de manifestármelas en estos momentos, que
gustoso las despejaré. Es muy importante que sigan las instrucciones al pie de
la letra, es por su seguridad y la de sus seres queridos-.
Chalupas (lanchas) de pasajeros y de carga, ilustrativas. |
Biandante no daba crédito a las
líneas, que con la atención requerida recorrían ahora sus ojos irritados a
causa del viento en contra durante el viaje. Aquello le parecía más bien una
hipérbole digna del realismo mágico del maestro Gabo, vecino de la región a la
que ahora llegaba, cuando pudiera poner sus pies en tierra firme; -el vaivén de
las aguas, sumado al cansancio le habían producido un leve mareo-. Nadie hizo
preguntas, todos los viajeros afirmaron entender una a una las advertencias y
consejos. O, al igual que él las consideraron imposibles… Y desembarcaron.
A lo lejos se podía divisar una
torre coronada por una cruz que el joven supuso era el lugar de su destino, la
parroquia San José. Así que con firmeza, apurado y con el corazón casi en la
boca, deshizo cada paso, hasta donde sus desgastadas sandalias de hippie
ochentero, bajo el peso de su morral de viajero europeo se lo permitieron. Al
llegar, se aproximó a una casa destartalada de puertas abiertas con apariencia
de recinto cural, mientras dos curas que lo esperaban le extendieron el saludo.
Parque principal real del lugar que inspiró el cuento (Guaranda, Sucre). |
El primero de ellos bien entrado
en años, le dijo: -¡Usted debe ser Casimiro Biandante!-, -sí, padre, soy yo,
¡Mucho gusto! respondió-. El segundo, de corta estatura y quien Casimiro
adivinó era el superior, le ofreció una no muy calurosa bienvenida, mientras le
increpó, -¿qué tal el viaje? ¿ha ido todo bien?- Y sin dar pie a que emitiera
respuesta alguna, le indicó que su lugar
de habitación estaba cruzando la polvorienta calle, justo al lado de la iglesia,
y le hizo entrega de una llave que llamó su atención, pues parecía venida del
siglo pasado.
Una vez terminada la limonada que
le habían ofrecido, se dirigió de inmediato al lugar en el que viviría por casi
seis meses con la intención de descansar; pero sobre todo con la intención de
tomar una ducha de agua helada, sólo que esta vez sería de totuma, de agua
entre tibia y caliente, y, que distaba de ser apta para el consumo humano, -pudo
inferirlo por el cierto hedor que se
coló por su nariz-. Luego, trató de dormir no obstante el calor
abrasador y la humedad agobiante, pero se dijo a sí mismo que no había
venido a dormir, no había tiempo que perder, ¡tanta emoción no cabía en su
espíritu! Se puso de pie, pero el cansancio ya había obrado en su cuerpo y su
virtud quedaba en entredicho. Encendió el viejo ventilador que como parte de la
dotación había en el cuarto, -un Westinghouse
como sacado de la escenografía de una película de los años 30, que resultó más
ruidoso que motor de carro viejo, pero cumplía con su propósito, y que según
Casimiro aislaría el ruido exterior-, así que decidió dejarlo encendido.
Se dedicó a
recorrer con la mirada cada recodo de la monacal habitación: un catre por cama,
que conjugaba el ruido que emitía ante el menor movimiento con el del
ventilador; un colchón de paja que le pareció digno de un misionero, con su respectiva
y dura almohada; una hamaca marcada por el paso de los años y por la falta de
agua y jabón; una mesa metálica desvencijada y una silla que era necesario levantar
siempre, si se quería evitar el ruido estridente al ser arrastrada; su peso era
desproporcional a su endeble apariencia. Aquél era todo el mobiliario que le
acompañaría y que consideró más que suficiente.
De la habitación, una
construcción alta, de concreto, con ventanas de calado y angeo para permitir el
paso del viento, cuando soplaba; y también para evitar el paso de los mosquitos
que pululaban todo el año en aquella región. La puerta de madera, con un
armazón de angeo, cumplía el mismo objetivo, pero ameritaba cambio hacía ya tiempo.
Contigua, otra habitación gemela que no ocuparía nadie por el momento; y un
ligero zaguán que conducía a la puerta principal, éste también con ventanas de
calado para permitir la circulación del aire y la mirada hacia el parque
principal, que se imaginó era lugar de encuentro de los novios en las noches y
de los pocos fieles que más tarde comprobó, asistían a las misas.
Regresó a la habitación, se
recostó y en menos de lo que canta un gallo, casi sin darse cuenta, Morfeo se
apoderó de su alma y de su cuerpo.
-Señor Biandante, señor
Biandante, es hora de incorporarse para ir cenar-, lo despertó una voz grave
que se coló por entre los espacios de la ventana del cuarto. Habían pasado ya casi
cuatro horas y los últimos rayos de la luz de la tarde anunciaban que el día
había sido vencido por la penumbra de la noche. De un salto estaba en la
puerta, vio que los dos curas le llevaban la delantera, los alcanzó de una zancada,
pero todavía atolondrado y con la cara marcada, según profirió el más anciano de
sus acompañantes entre carcajadas; -se nota que has descansado hijo, pero te
trajiste pegada la almohada-, los tres rieron.
Durante la cena, el cura de baja
estatura le dijo que ésta, la casa de la niña Mayo, sería el lugar en donde tomaría la cena los días que
estuviera en el pueblo, -casi todos los fines de semana los pasaría en el
campo-; al día siguiente habría tiempo de indicarle dónde tomaría el desayuno y
el almuerzo, que para desconcierto del romántico pichón serían en casas
distintas. Después de la cena se celebraría una misa en la que pudo contar un
par de abuelas, un par de beatas, cinco perros viejos y desnutridos;
varias gallinas en busca de comida y una cerda con su piara de cerditos que
tuvo Casimiro que sacar mudamente del templo, ante la señal del superior y
entre las risas ingenuas de las asistentes. En aquel momento presintió que
aquella sería una nada fácil misión.
Tal como se le había indicado, al
día siguiente se dirigió con los dos curas a casa de la niña Toti en donde tomaría el desayuno. El
almuerzo lo tomaría donde la seño Ade,
quien era coordinadora del colegio de bachillerato del pueblo y que Casimiro dedujo se debía llamar Adela, pero a quien por cariño llamaban Ade, como se usa en esa parte de
Colombia; también recordó que allí a las profesoras las llaman “seño”. Donde la
seño Ade, fue introducido como el
nuevo profesor a disposición del bachillerato y de la materia en donde se lo
requiriera. Esta afirmación no hizo más que aumentar sus sospechas acerca de la
complejidad de aquella misión. No se imaginaba enseñando Matemáticas o Historia.
La noticia le aguó el almuerzo y le inquietó el alma sobremanera. Por fortuna y
sobre todo por comprensión de la coordinadora, le correspondió enseñar
Comportamiento y Salud, dada su experiencia pasada en la Cruz Roja.
Los días se le hacían pesados,
aquel clima tropical inclemente con variaciones incesantes entre lluvias
copiosas, calores infernales, humedad pegajosa y saltos constantes entre
charcos y calles pantanosas, no hacían más que reducirlo a un estado de
cansancio indescriptible. Alcanzaba las noches como si lo hubieran molido a
palos o como si llevara a cuestas en sus propios huesos toneladas de plomo. Ponía
su cabeza en la almohada y se quedaba privado, moría por un par de horas. ¡Qué
decir de la dificultad para dejar la cama en las mañanas!
Imagen típica de la región del Bajo Cauca Colombiano. |
Y fue precisamente en una de esas
noches en las que dormía como narcotizado, cuando empezó a soñar que estaba en medio
de una película, una versión moderna del viejo oeste. Ráfagas de metralla por
aquí y ¡púm, púm! por allá; mientras él se movía cual director en medio de
escena. De pronto, como volviendo en sí, sintió que el traqueteo y el ¡tras,
tras! de tiros que iban y venían se hacía cada vez más real a sus sentidos. Fue
entonces cuando pudo constatar que su sueño se había entremezclado con la
realidad. El recuerdo de las líneas que había leído en aquel volante entregado
por el militar tan solo ocho días atrás, lo dejó perplejo. ¡Quedó sentado de un
salto en la cama! ¿Qué debía hacer? Trato de recordar las instrucciones,
¿Cuáles eran las que debía seguir en caso de que se tratara de una incursión
guerrillera? ¿Sería mejor dirigirse a la casa de los curas o permanecer allí?
Se hizo tantas preguntas, pero sólo se le ocurrió dirigirse a rastras hasta el
zaguán de la entrada y, sigilosamente comprobar por sí mismo de qué se trataba.
Así lo hizo sin calcular riesgos, pero no logró ver nada ni a nadie.
Mientras tanto, el cruce de balas
arreciaba y no muy lejos se empezaban a escuchar voces incomprensibles, quizás
de militares, de policías, ¿cómo saberlo? Podrían ser de insurgentes, pero,
¡qué más daba! De nuevo en la habitación, empezó a escuchar pesados pasos que
corrían por el parque, justo a unos metros afuera de su habitación, -dio
gracias a la vida por haber regresado a su cubículo-. Entonces una de las
instrucciones del volante titulado, ¿qué hacer en caso de toma guerrillera? vino a su mente. Aquel mismo que había considerado mero realismo mágico y al
que sus sentidos no habían dado el justo crédito. Como pudo deslizó el colchón
del catre hasta el piso y se metió debajo de él; luego, con dificultad consiguió
arrastrarse con él encima, hasta quedar debajo de la cama.
Pensó que si una granada era
lanzada por cualquiera de los bandos a la iglesia, todo se derrumbaría justo
encima de él. Calculó no sin dudarlo, que el catre y el colchón amortiguarían
la masa de concreto y le permitirían mantenerse vivo, mientras lo encontraban.
El pánico se apoderó de todo su ser, le costaba respirar aquel aire mezclado de
polvo húmedo del viejo y desgastado colchón. Su estómago le respondió con arcadas
de dolor, mientras afuera, según su impresión, decenas de hombres armados
llenaban el pequeño parque e intentaban introducirse a la iglesia. La torre
significaba un bastión para cualquier de las partes.
Por su mente pasaron las imágenes
que había visto en la televisión, de tanta gente sepultada entre escombros en
el fatídico terremoto de Popayán, solo que esta vez, él era protagonista mudo y
no televidente. Pensó en su madre y en que quizás nunca volvería a verla,
-movió su cabeza para desechar ése pensamiento-. Su pánico aumentó y quiso
salir corriendo, pero su razón le dijo que no se moviera, que debía permanecer
quieto, se trataba ahora de preservar su vida, de recordar dónde estaba aquel
papel, trató de ubicarlo, sabía que lo había conservado, ¿dónde carajos lo
había guardado? Recorrió los pocos libros y posesiones en la habitación sin éxito alguno, repasó de nuevo los libros y nada. Las balas, como en el
inicio del aparente sueño, trazaban un surco tan real y lacerante en sus oídos
que parecía fueran a perforarle los tímpanos.
Se le ocurrió entonces que debía
evitar la destrucción de la iglesia, así que quiso comprobar que rebeldes,
policías y militares la habían abandonado, pero su valentía no superó su
prudencia, así que se mantuvo quieto. Ya el aire debajo del colchón se había
hecho más respirable, quizás sus pulmones se habían acostumbrado o estaban
llenos de aquel podrido polvo; ¡se dio cuenta que seguía vivo! Se preguntaba
una y otra vez, ¿por qué diablos pasaba aquello? ¿Qué sentido tenían las armas
en una sociedad? ¿Qué significaba aquél conflicto que por más de treinta años
amenazaba con acabar con su país? ¿Qué velas tenían aquellas pobres gentes en
ése entierro? Pero no era el momento de responder. Una rabia contenida lo abrazaba
y se sumaba al calor que parecía convertirse en fuego debajo del colchón, buscó
levantarlo sigilosamente con un brazo, tratando de dibujar un ligero camino que permitiera el
ingreso de aire, pero todavía el miedo lo paralizaba. Recordó que la quietud
haría que la respiración se normalizara y la temperatura consecuentemente
bajara y, así lo hizo.
De pronto, como por obra del
cielo la lluvia sobrevino intempestiva, -como siempre que llovía en aquel
pueblo-, fue apagando lentamente el zumbido de las balas y los gritos afuera y las
órdenes militares o insurgentes se fueron quedando mudos. Ahora sólo
chorros abundantes de agua se escuchaban y el corazón acelerado de Casimiro
empezaba a latir más despacio. No podía calcular cuánto tiempo había pasado, ya
más sosegado al igual que la tempestad, recordó de pronto que una de las
instrucciones mandaba permanecer debajo del colchón y en el piso hasta que los
militares dieran la orden de salir. Se sentía exhausto. Para entonces los
primeros rayos de sol empezaron a colarse por entre los calados; y, de
repente, una voz, la misma que lo había despertado el primer día, le preguntaba con voz susurrada; -Señor Biandante, ¿se encuentra usted bien?- A lo que presuroso
respondió, -Sí, padre, estoy bien-; -¿Ya se puede salir? Preguntó-, mientras se
incorporaba para salir como de entre el mismo infierno.
En ése mismo instante, Casimiro
Biandante recordó con frustración suma que el desdeñado volante se encontraba
entre las páginas de su libro de oraciones en la capilla de la casa cural,
entonces confirmó sus sospechas, aquella sería una misión muy difícil.
... Y... Así es... Todo parece indicar que será una misión muy difícil.
ResponderEliminarAlcancé a sentir la ráfaga de disparos cerca a mis oídos. Pero no supe que me sofocaba más si el calor o la toma guerrillera.
Mi querida prima, y como siempre, gracias por ser fiel lectora y seguidora de estas líneas llenas de locuras y vivencias. Un abrazo Yolandita.
EliminarComo siempre, una delicia. Gracias primo lindo
ResponderEliminarGracias a ti, prima por sacar tiempo de tu tiempo para leerlo y divertirte. Un abrazo.
EliminarHola, muy buena la narración y trajo a mi memoria un evento similar que me tocó vivir hace ya un buen tiempo con final trágico. Un recuerdo con una mezcla de tristeza y alegría.Un abrazote.
ResponderEliminarQuerido amigo, recordar es vivir, aunque a veces nos duela, eso hace parte de la vida, de esta montaña rusa que, aveces también es la vida. Aquí estamos hasta que san Juan agache el dedo. Un abrazo.
EliminarLuisfer, cómo siempre, haces que uno se meta en cada narración....senti las balas muy cerca de mí. Excelente, te felicito
ResponderEliminarMi querida cuñada, gracias a ti por ser fiel lectora y seguidora, a veces es bueno sentir las balas, las luchas cerca de uno, no sólo para saber de qué estamos hechos sino para valorar la vida que tenemos, tan diferente a la de mucha gente que no tiene la misma suerte. Un abrazo, María Iris.
EliminarFernando, gracias por esa narracion, me hizo transportar cierta epoca que me toco algo muy similar,,,,gracias de nuevo, un abracito.... Martha.
ResponderEliminarMartha, gracias por leer este loco cuento, qué bueno que te hizo sentir, revivir, de eso se trata la literatura. Un abrazo.
Eliminarque buena narración fer, lo introduce a uno por completo en la historia hasta sentir el olor a humedad sofocante de ese colchon...me remonto al año q estuve en leticia con esa humedad tan terrible aunque sin tomas guerrilleras ni nada de eso.. pero m quedo una imagen super clara de esa habitación y mientras lo leia pensaba q yo ni loca m habria metido debajo de la cama y menos ponerme ese colchon encima ¡gaas! solo pensaba q debajo d esa cama debian haber animales y toda clase de bichos raros. como siempre lograstr sumergirme en una nueva avrntuta..gracias
ResponderEliminarQué bueno Caro, que bien que te hizo recordar tus tiempos en Leticia, tu propia misión, tu propia vivencias. Tienes mucho que contar, tu sí que los sabes. Un abrazos y gracias por ser fiel seguidora y lectora.
EliminarMi querido amigo que rico recordar historias contadas en antaño, pero esta vez puestas con el color maravilloso de tu pluma que me hacen formar películas en mi mente.
ResponderEliminarLuis Eduardo Madrigal
Tqm
Luchito querido, me alegro de haber ayudado a que secuencias de tu propia película pasaran por tu mente. Me gusta producir esos efectos en los lectores. Gracias por ser fiel lector y seguidor. TQMT.
Eliminarhola fercho qué cuento de película. felicitaciones muy bueno
ResponderEliminarHermano del alma, gracias por darle el apelativo de película, gracias por ser fiel seguidor y lector. Un abrazo.
EliminarQue pictorica narracion. Se vive real de acuerdo a referentes que comprometieron mi pubertad en San Antonio de Pereira y comprometieron tambien mi vida laboral. Queeee recuento..... super. DIOS te siga dotando de talento y sabiduria. Un fuerte abrazo. Gustavo Alzate.
ResponderEliminarGustavo, gracias por ser fiel lector y seguidor. Qué bueno que hayas revivido tu propio cuento, tu propia historia, de eso se trata la literatura. Un abrazo.
EliminarExcelente cuento y bellas ilustraciones fotográficas. Angélica Ocampo.
ResponderEliminarEstimada Dra. Angélica, mil gracias por sacar tiempo de leerlo y apreciarlo. Un abrazo.
EliminarExcelente narración, felicitaciones primo. Mary Lady Hurtado.
ResponderEliminarGracias prima por ser fiel lectora y seguidora. Una abrazo.
EliminarBravissima narración. Los momentos de misión tienen de todo. Guerras, militarismo, guerrillas, pero es más difícil hacer de los desposeído y los incrédulos una esperanza. A mí parecer sería extraño toda misión sin algunas vacaciones en el infierno. Luis Herrera.
ResponderEliminarGracias Luis por tomarte el tiempo de leer este cuento y comentarlo. Aprecio tu gesto.
EliminarHola muy bien elaborado me encanta porque resalta mucho el trabajo que debe tener un misionero y mas lo diverso de nuestro país por sus ríos y la gente desde los municipios te felicito por este cuento sigue así. Juan Cho Garcés.
ResponderEliminarGracias Juan Cho por tomar un tiempo para leerlo y sentirlo. Aprecio este gesto. Un abrazo.
EliminarGracias por hacerme participe de tan buena narración, el Juan Rulfo colombiano?. Felicitaciones. Eva Inés Londoño.
ResponderEliminarGracias Eva Inés por tu comentario, y, sobre todo por sacar tiempo para leerlo. Un abrazo.
EliminarEl título es muy llamativo y eso es importante para Uno de lector. Tatiana A. Palacios.
ResponderEliminarGracias Tatiana, es verdad, el título invita o espanta. Espero que en este caso haya sido consecuente con la historia misma. Saludos.
EliminarLus fernando hermoso cuento , gracias por llevarme a este lugar recondito de colombia y vivir esta experiencia al lado de casimiro.
ResponderEliminarEstimado amigo, gracias a ti por invertir parte de tu tiempo en leer estas historias del todo corridas y por comentarlas. Qué bueno que hayas vivido toda una experiencia al lado de Casimiro. Vienen muchas más historias.
EliminarOyeee Luis que hermoso leer estas líneas......me encantan las imágenes ya que la lectura se torna más amena e interesante, sentí preocupación, incertidumbre de que iba a pasar con Casimiro, también me reí en ocasiones....Me hiciste meter tanto en el papel que disfrute cada línea y creo que todos nosotros al igual que Casimiro tenemos una misión en esta vida....Felicitaciones sigue escribiendo que nos entretienes a los que te leemos, cada vez me sorprendes más....Dios te inspira y bendice...TQM
ResponderEliminarMi querida Zaida, qué bueno que te hayas entretenido, ése es uno de los objetivos de la escritura, divertir y hacer pensar a quien la lee. Vienen muchas cosas más. Te invito a leer los otros artículos que hay en el blog. Un abrazo.
EliminarExcelente !!! Primera vez q te leo y me encanto. Felicidades. María Valencia.
ResponderEliminarEstimada María, gracias por hacer tiempo para leer este cuento, lo aprecio verdaderamente. Te invito a leer las crónicas y demas textos en mi blog. Un abrazo.
EliminarHola, Luis Fernando : este cuento me gustó mucho, mucho. Se nota lo vivencial de tu parte y por tanto la línea narrativa es muy agradable... El humor está presente a pesar de las dificultades... o el pánico. Gracias por compartirme tu trabajo (porque sé el trabajo que exige). Un fuerte abrazo. Yolanda Corredor.
ResponderEliminarMi querida Yolanda, cuánto valoro tu tiempo y tus palabras, me animan a seguir produciendo, justo ahora en que me ha tocado reinventarme desde el encierro que suponen estas terapias intensivas de quimio en hospitalización.
EliminarSeguiré escribiendo para tentar al futuro. Espero seguir contando con tu agudeza crítica. Un abrazo.
Excelente.
ResponderEliminarSólo tres observaciones
1..calor abrasador es con s cuando se refiere al calor, no al abrazo de siempre
2.llegaron MILES de hombres.......No sería mejor CIENTOS?
3. Muy buenas fotografías de Sucre.
Muy bueno �������� Luz Stella Muñoz.
Gracias Luz Stella. Aprecio tu mirada crítica y tus correcciones.
Eliminar