Mi De Profundis

Mi "De Profundis"

“Anhelo vivir para poder investigar lo que es un mundo que se me aparece casi nuevo. ¿Quieres saber cuál es este mundo? Fácil te es adivinarlo: el mundo en el cual últimamente he vivido. O sea, el dolor y todo lo que él enseña”. Oscar Wilde.

La expresión latina “De Profundis”, significa “desde lo profundo”, “desde el abismo”; y hace referencia a una situación límite de la vida humana, a un estado de desesperación, de pérdida del sentido, de dolor, o sencillamente se convierte en una exclamación, en petición a Dios y a la vida por un poco de esperanza. Esta expresión ha sido usado por escritores, dramaturgos y hasta existe un salmo de la biblia, el 128, que la usa a la vez, como título y contenido. Una mirada a la obra "Los sufrimientos del joven Werther" de Goethe o la obra inmortal de Khalil Gibrán permitirá ahondar en ello. Déjenme entonces les comparto una situación límite por la que voy pasando estos días, no sin antes referirme al genio particular de Oscar Wilde y al Salmo 128 mismo.

Corría el año 1897, en el Londres victoriano tardío, cuando el rey del arte, Oscar Wilde, escritor, cuentista, poeta y dramaturgo, más famoso por sus títulos:  “El Fantasma de Canterville”, “El Príncipe Feliz”, “El Retrato de Dorian Gray” y “Salomé”entre otros; escribía su carta “De Profundis”, dirigida a Bosie (Byron Douglas), desde la cárcel de Reading a donde había sido confinado, por dos años, a trabajos forzosos, a causa de una encerrona que le hicieran por una parte su amigo y amante, Lord Byron, quien odiaba a su padre; y por otra, el padre de éste, el conde de Queensberry.

Oscar Wilde en su roca. Merrion Park, Dublin, Irlanda.

Tal sería el desamparo que experimenta nuestro Wilde al verse arruinado, en medio de un escándalo que lo dejaba como un corruptor de menores y un pervertido (pensemos en lo que sería aquello en el Londres del siglo XIX), que no puede menos que pedir “un sentimiento de humanidad para con las lágrimas de que está hecho este mundo y para con la aflicción de todo lo humano”. En estas palabras Wilde se reconoce no sólo humano y necesitado de compasión, sino que reconoce la vida cargada también de dolor y aflicción.

Las cosas se habían tornado oscuras para Wilde, pues como si fuera poco, sumado a su encarcelamiento, su esposa le solicita el divorcio y pierde la patria potestad sobre sus hijos Cyril y Vyvyan Oscar. No le queda más que expresar: “los dioses son caprichosos. No sólo nos imponen el castigo de nuestros vicios sino que nos pierden, utilizando lo que en nosotros hay de bueno, noble, tierno y humano”. Tal sería su dolor y la experiencia de náusea. Y es que para quienes no hemos experimentado el encierro de la cárcel, debe ser difícil imaginar cómo acuden constantes a la mente los “detalle(s) del desfile de mis trágicos momentos”.

"La vida es un camino, un camino para andar". Enanitos Verdes.

La esperanza, lo último que se pierde

Si hay algo que valoro de mi encuentro con Oscar Wilde en su “De Profundis” es la capacidad de encontrar esperanza no obstante la constatación de que somos libres, pero nos hallamos sujetos al dominio de la ley, “he aquí la eterna paradoja de la vida humana, sentida por nosotros a cada momento”, es decir, estamos sujetos a las leyes de la naturaleza, -vida-muerte, juventud-vejez, sanidad-enfermedad, etc.-, pero también a las leyes humanas, no siempre justas. En medio de esta constatación, el alma del escritor encuentra redención y consuelo y afirma, “Empero, el amor no regatea en el mercado, ni emplea balanzas. Su alegría, como la del espíritu, está en sentir que vive. Su esfuerzo consiste en amar, nada más y nada menos”. Es en el dolor, en la desesperación del encierro y en el rechazo social, en donde Wilde entiende que lo único que puede enaltecer el espíritu humano y librarlo de caer en la nada y el vacío, es el amor. Resignificar la existencia, renovar los primeros amores, las primeras pasiones, lo que nos movía originalmente a vivir en plenitud, aunque cueste dolor.

"Una admirable serenidad ha invadido toda mi alma, semejante a la dulce mañana primaveral que disfruto con todo mi corazón". Werther, Goethe.

Wilde, en un momento de luz y como en una revelación, se dice “Mas así como a ratos hacíame feliz la idea de que mis sufrimientos no tendrían fin, no podía soportar pensar que no tuviesen ninguna significación. Ahora descubro yo en mi mismo algo recóndito, que me dice que nada en el mundo carece de sentido, y menos aún el sufrimiento. Y este algo, que así me habla y se halla profundamente enterrado en mí, como un tesoro en un campo, es la humildad… Y lo que he de hacer es liberarme de todo sentimiento de amargura para con el mundo”. ¡Qué inteligencia emocional! ¡Qué capacidad de resiliencia! ¡Qué proactividad! Desde el fondo, desde el abismo, Wilde se reconstruye. Su muerte, más tarde el 30 de noviembre de 1900 lo recibiría sin ninguno de los lujos con que nació y creció, pero sin duda, como el más libre de los humanos, como el más valiente de los amantes, “Necesito aprender a curarme de las cosas y a ser feliz”, se repite en su carta. “En realidad el dolor es una revelación, pues por él se conoce aquello en que nunca se había pensado, y uno considera la historia bajo un muy distinto punto de vista”. Sólo desde la sima del abismo se puede divisar mejor que tan alta es la cima de la montaña.

Señor, escucha mi voz

Esta es también la experiencia del autor del Salmo 128 quien expresa “Desde lo hondo grito a ti, Señor”; tal sería su desesperación, que no le queda más remedio que gritar al cielo, que levantar los ojos al infinito y clamar por compasión y comprensión. Sigue diciendo, “Señor, escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”, y es una súplica de dolor, tal vez de fatiga, de cansancio por la travesía de la vida, del desierto que ella significa tantas veces, por la carencia o sencillamente por la pérdida del sentido. El escribiente pide audiencia, pide no ser excluido de escucha. Sigue escribiendo, “si llevas cuenta de los delitos, Señor, quién podrá resistir”, se reconoce débil, dista de ser perfecto, sabe que ha infringido la ley, que su vida no ha sido precisamente un dechado de virtudes, que se ha substraído del amor.

Y luego, hace una afirmación rotunda, “Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra”, confianza casi ciega dirían unos, fe dirían otros. Y como si fuera poco, remata este verso del salmo con una bella expresión “Mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora”. Después del frío de la noche se espera con ansías el calor del naciente sol, después de tanta vigilia se espera el sueño reparador; la pluma del escribiente afirma que es Dios el calor que disipará el frío nocturno, que transformará en luz la espesura de la noche, que es él quien le dará un sueño profundo y reparador.

Un viaje al quirófano

Mi “De Profundis” pasó por el quirófano, y desde allí, divisé el abismo y la montaña. Verán ustedes, me encontraba en Tumaco, Nariño, con dos profesionales más, desarrollando un proyecto para el que Ancla Asesores y Consultores S.A.S., había sido contratada por la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo. Mi decisión me traería de regreso a Armenia, Quindío para participar como ciudadano en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Aprovechando la coyuntura del viaje, decidí también hacerme un chequeo médico, pues mi amígdala izquierda no tenía buen aspecto. ¡Oh sorpresa! El Otorrinolaringólogo que me auscultó, después de preguntar por los detalles de mi trabajo y otras circunstancias, me ordenó hospitalización inmediata para posterior cirugía. No pude menos que imaginar lo peor, experimenté un escalofrío que me recorrió los huesos y me hizo pensar en la fragilidad de la vida.

Acto seguido, sería sometido a una cirugía a los cinco días siguientes, cirugía en la que encontrarían un tumor que había comprometido, además de la amígdala en cuestión, la pared interna izquierda de la boca, la parte izquierda de la raíz de la lengua y la laringe. Pero antes de saber esto, me entregué como un cordero llevado al sacrificio en la mesa del quirófano, pedí al cielo, vida, y sólo di gracias por el don de mi vida, por la abundancia de mi vida y los mil y un beneficios de que he sido sujeto durante toda mi existencia. Más tarde por esos mismos días, me confirmarían la malignidad del tumor.

Al despertar, pude ver muchas luces que pasaban sobre mis ojos y de prisa, me depositaron en una cama de hospital en una de las habitaciones de la uci, allí, pronto volví en mí, me di cuenta que había sobrevivido a la anestesia y rápidamente tomé conciencia de que no podría comer sólidos por varias semanas en adelante, -increíble que en medio de tanta incertidumbre y fragilidad, yo pensara en comida, jejeje-, pero ése hecho me hizo sentir vivo.

Aquella noche en la uci, fue una tortura China, el dolor en el cuello por la posición que de seguro tuve que soportar durante la cirugía, hizo de mi sueño un imposible. Me dediqué a contar las secuencias de pitidos que salían de una de las muchas máquinas que me monitoreaban y que avisarían al personal médico en caso de que un edema cerebral se presentara, -aquél era el riesgo más alto que podría sobrevenir durante las ocho horas subsiguientes a la cirugía-.

Primero logré capturar una secuencia de 15 por 15…pi, pi, pi…, pero antes de constatar que estaba en lo correcto, fui interrumpido por una enfermera, en mi intento por domar mi dolor de cuello, ella me aplicaría los medicamentos respectivos. Eso fue rápido, al salir la enfermera volví a mi oficio de contador de pitidos, esta vez con más suerte logré contar 15 secuencias de 15 por 15 y una siguiente de 101 pitidos. Por varias veces conté y conté, logré profundizar en la forma de los números, hasta cuando mis ojos percibieron una luz que se encendía en el pasillo. Poco después pude adivinar, por la llegada del personal médico nuevo, que se había hecho de día. Me alegré entonces de haber superado las ocho horas aquellas en las que pude haber muerto. De nuevo di gracias a la vida.

Ha pasado poco más de un mes y no puedo menos que seguir dando gracias todos los días. Y es que mi eps, Sura, me ha atendido como a un rey. Me lo repito todos los días, porque no puedo menos, sobre todo en un país en donde la gente muere en los pasillos de los hospitales, en donde los enfermos no reciben el tratamiento a tiempo ni el adecuado. En cambio yo, he sido un privilegiado, he recibido cada chuzón, cada examen de sangre, cada tomografía como una bendición, me he sentido cuidado, acompañado en este proceso y eso me hace feliz. En los próximos días me someteré a un tratamiento de quimioterapia, y entonces seguiré mirando al cielo, abriendo mis manos a la vida para dar gracias por toda la vida que he recibido hasta hoy, por todos los viajes, por toda la rica comida que he disfrutado, por el vino y por tantos amigos a quienes adeudo mil enfados, por toda la cercanía de mi familia, por los ángeles que me acompañan todos los días, por tanta vida.
Y como Werther del glorioso Goethe, quisiera reafirmar para mi vida sus bellas palabras: "los más felices son aquellos que, como los niños, viven al día, sacan a pasear a sus muñecos, vistiéndolos y desnudándolos, y dando vueltas con gran respeto en torno al cajón donde mamá guarda los pasteles; y cuando por fin obtienen lo deseado, lo devoran a dos carrillos, y gritan: ¡más!