2ª PARTE, EL VALOR DE 1 AMISTAD, 3 VIAJES Y 1 HOMENAJE


Compartiendo el almuerzo de bienvenida con Álvaro
Conversar con el Padre Álvaro siempre constituía una experiencia de aprendizaje, la profundidad de sus ideas, su acertado conocimiento de la sicología humana y sus intríngulis, su vasta cultura general o, sencillamente su excelente sentido del humor –entre irónico y negro-, hacían de este acto una experiencia realmente significativa para sus interlocutores. Pues bien, la vida me dio la oportunidad de volver a encontrarme con él en el año 2006, en junio, cuando viajé de nuevo a Israel, ésa vez con el objetivo de visitar también Egipto (de ése viaje hablaré en otro post).

Segundo Viaje a Israel
Con la premura que siempre me ha caracterizado en esta vida, armé mis maletas con el fin de pasar un mes de vacaciones y disponerme a vivir con espíritu aventurero, un viaje que con el tiempo califiqué de alucinante. Entre otras cosas tenía mucha curiosidad de ver cómo había quedado la construcción que había empezado a construir el padre Álvaro con un empresario palestino-francés, desde hacía ya varios años atrás en Jerusalén, la ciudad de los 70 nombres. A mi llegada, por segunda vez a TelAviv, me encontré esta vez con gente más amable en el aeropuerto, por lo menos el interrogatorio no se me hizo tan intimidante.
Vistas del Centro Vicentino - 10 rue Zamenhoff, Jerusalén
Luego, ya en Jerusalén y ante mi mirada extasiada, apareció la casa que había alimentado mi curiosidad. Era una construcción en piedra, hermosísima, totalmente terminada y lista para recibir peregrinos de todas las latitudes –una de las misiones que tenía Álvaro en tierra santa era la de construir esta casa, recibir y ser guía de peregrinos que llegaban de todo lados, lo que hacía en la propia lengua de los mismos, dado el dominio que tenía de varios idiomas-. Me sentí viviendo en uno de los palacios del rey Saúl o del mismísimo rey Salomón; más que por los lujos, por el brillo y antigüedad de aquellas rocas que de seguro también vieron el esplendor de estos dos. En aquellas paredes -es sólo un decir, pues la pasé más afuera que adentro-, pasaría un mes glorioso, entre espíritus tan antiguos como los orígenes mismos de la humanidad, y entre contiendas históricas y también presentes.
Izquierda arriba, desde Masada; izquierda abajo, panorámica desierto de Judea y derecha abajo, bajada a cisterna.
Dejando a un lado las tensiones propias de la tierra santa, non tan sancta, me preparé mentalmente para disfrutar. Al día siguiente –no había tiempo que perder-, viajamos a una de las atracciones que ofrecía el Mar Muerto y su famosos spa; contamos con un día de sol –como si fueron escasos por ésos lados- en el desierto de Judea, y no sin sorprenderme acerca de cómo, en medio de semejante desierto y de semejante aridez, esta gente había podido erigir tan exuberantes servicios hoteleros, de cosmética y de spas –saunas, jacuzzis, piscinas con agua del mar muerto, piscinas de lodo, etc., ¡tanta agua!-, y no sólo eso, sino cómo habían hecho florecer el desierto, literalmente, era un desierto florecido.

Otra vez en Masada, esta vez para visitar la maravillosa cisterna encontrada allí. Vean pues, una casa de baños, un complejo acuático en pleno desierto, con agua traída de no sé dónde y subida a 440 metros de altura sobre su propio nivel, no sé cómo. Complejo de baños que constaba de cuatro estancias en torno a un patio con una pequeña piscina. En él se podían diferenciar claramente varios espacios y en ellos, los gustos de los romanos por los baños termales; ya el vestuario, la sala templada, la sala fría, o ya la sala caliente, con su propio sistema de calefacción, para mayor sorpresa mía.
Complejo de baños romanos en Masada y P. Álvaro Restrepo.
Aquellos baños se convertirían en el preludio de mi día de relax y admiración de una naturaleza que, a pesar de mi ignorancia no estaba muerta, -todo este escenario está en el Mar Muerto-, más bien, esperando por la audacia del hombre para reverdecer. Así, proliferación de clínicas y tiendas de belleza, que aprovechando el barro del mar muerto, prometían -y lo siguen haciendo en nuestros días-, la eterna juventud, la extinción de las líneas de expresión facial y el destierro de la grasa localizada, -destierro a la manera de Israel hacia Babilonia en tiempos de Nabucodonosor-. Fue una delicia estética, un toque de ahava, un caprichito que duró lo que dura un chocolate en manos infantes, dada la mala piel que me tocó habitar.
Arriba, hombre lodo, panorámicas del Mar Muerto y del desierto de Judea.

Y como si fuera poco, al día siguiente mi viaje a Haifa –ciudad israelí que dista 152 kilómetros desde Jerusalén-, recorrido que hicimos en carro, por 1 hora y 45 minutos, para encontrarse al final del recorrido con una ciudad-puerto, moderna y de cara al mundo. Allí me dejé maravillar por el templo Bahai Taringa ubicado en el Monte Carmelo -"Punto de Amanecer del Recuerdo de Dios", lugar para la adoración de la Fe bahá'í (rama del Islam Chií)-, y sus exuberantes jardines que dominan desde la colina hasta llegar al mar, como símbolo de la armonía con el entorno y de la belleza, conceptos fundamentales de este credo. Recorrer parte de esta maravilla me hizo pensar en la grandeza humana, pero también en su bajeza, pues a nombre de la religión y de Dios, el hombre ha extinguido culturas y pueblos.



Mi recorrido me trajo de nuevo a Jerusalén en donde deshice mis pasos visitando por segunda, vez lugares que no dejaron de sorprenderme, -la sorpresa tiene que ver con la iglesia del Santo sepulcro y pasa por un asalto cometido por los cristianos Ortodoxos en 1757 y por el incendio del mismo, sin duda alguna, por manos cristianas en 1808, -como para añadirle leña a aquella caldera-.

En día de descanso con un sacerdote brasilero y el P. Álvaro.

Verán ustedes, visitando la iglesia del Santo Sepulcro –en donde, según la tradición ocurrió la crucifixión, muerte y resurrección de  Jesús-, me encontré con la irónica y casi risible historia de una disputa histórica entre las seis comunidades cristianas, que también según la tradición, encargaron del mantenimiento de dicho templo -católicos romanos (Franciscanos), ortodoxos griegos, ortodoxos armenios, ortodoxos sirios, coptos y etíopes-, la pelea es tan infantil, que las velas que ponían los unos eran quitadas por los otros, -peleas de ése estilo-, mostrando con ello un claro ejemplo de paz y armonía cristiana. No pude parar de reír –me perdonarán si esto sucedió estando dentro del templo-, pero no podía creer semejante idiotez. Al final, calmé mi risa a punta de razón, -nada de lo que es humano me sorprende-. Según se dice, no han vuelto a pelear, sólo por un pequeño muro que construyeron dentro del templo, ¡qué bueno!

Paseo por la Citadela de David en la ciudad antigua de Jerusalen.
Mi siguiente estación sería un recorrido hermoso, lleno de luz y visión, una caminata por la Citadela de David; recorrer la ciudad por encima de sus murallas milenarias me supo a historia, me recordó cuan joven estaba entonces y cuan vieja era la humanidad, me dijo de las maravillas humanas y de su gran capacidad e ingenio. Aquellas murallas han soportado el embate de 26 conquistas, además de sitios en varias ocasiones. Jerusalén ha estado bajo dominio de los egipcios, asirios, babilonios, persas, macedonios, asmoneos, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, mamelucos, otomanos y británicos, en la era moderna. Caminarlas me hizo sentir majestuoso, como David, su rey; mis propias batallas personales se me antojaron tan grandes como todas estas conquistas y sitios.


Posando con fondo de la magestuosa Torre de David.

Saliendo de allí vi con sorpresa existencial como un judío ortodoxo –lo intuí por sus vestidos y crespos-, arrojaba a distancia, como quien no quiere tocar ni ser tocado siquiera por el ápice de un dedo, un par de shekeles a una indigente, -al parecer palestina por sus vestimentas-; quizás por aquel precepto del antiguo testamento de no quedar contaminado, -eso fue lo que interpreté-. Ésa escena hizo que la majestuosidad y brillo que las fortificadas murallas me habían dado, se opacaran, al final somos ruindad, -me dije-.

Tercer viaje a Madrid

Arriba: P. Álvaro; abajo, Luis y compañeros de maestría de varias nacionalidades.
Pasaron diez años antes de que volviera a ver al padre Álvaro. Afortunadamente los verdaderos sentimientos de amistad son más fuertes que el tiempo y que la distancia. Esta vez, nos veríamos por un par de horas en Madrid –Álvaro vivía ahora en París y desde allí se movía por todo el mundo predicando retiros-, de nuevo la vida me sorprendería, pues ésas pocas horas en que pudimos vernos y hablar, se nos daban a causa de su escala en esta ciudad, -él seguiría a Valencia en unas horas-; por mi parte, estaba en Madrid porque hacía dos años había empezado una maestría y ahora me disponía a recibir el título de Magíster en Liderazgo y Desarrollo Sostenible con Euroead; momento en que tuve el privilegio de estar acompañado por mi amigo del alma. Esos minutos, que disfruté como un niño, serían los últimos minutos que compartiría con Álvaro, quien me dijo de la leucemia atípica y del cáncer de próstata que padecía. Lo más admirable que percibí, me dijo que a no ser por algunos mareos esporádicos que sufría, su vida seguía igual, es más, se dirigía a predicar un retiro de una semana a unas religiosas vicentinas españolas. Y yo, como otras veces, me despedí, sabía que sería la última vez que vería a mi amigo, aquellas horas tenían sabor a un adiós eterno. En efecto, Álvaro partiría de este mundo tres meses después, y yo, hoy celebro su vida, nuestra amistad y estos tres viajes que nos permitieron vivirla. ¡Algún día nos volveremos a ver, querido Álvaro!

Comentarios

  1. Agradable visita y buenas vivencias, saludos

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  2. Un gran hombre..vuela alto Padre Alvaro Reatrepo...

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  3. Me encanta ese compartir sencillo de tan majestuosos e históricos lugares que has visitado. Gracias

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  4. Qué buena crónica Luis Fernando, te felicito, la manera de contar las cosas transporta al lector a esas latitudes y épocas, y además abres una ventana a tus sentimientos, que son muy nobles. Un abrazo

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    1. Aprecio tu comentario Comunicar La Gabriela, me alienta a seguir produciendo. Un abrazo.

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  5. Ohhhhh. Cuanto sentimiento. Una gran amistad que se-adelanto a la-eternidad. Yo me alegro muchísimo al observar cómo disfruta esos viajes, cómo se documenta también previamente para comprobar las historias. Cómo da-a conocer la diversidad de culturas y la rivalizacion para tratar de-dominar. En fin. En esta percibí mucha rapidez en la información. Claro. Taaanto qué admirar y constatar.
    Felicitaciones. Fíjese que hasta el Magíster lo hizo en España. ��������

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    1. Gracias Luz Stella por su comentario y por su visión tan precisa del texto. Sí, es verdad, una premura ante tantas maravillas difícil de decantar. Un abrazo. Mil y mil gracias.

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