LA "MALA VIDA" AFECTÓ MI JUICIO
La “Mala Vida” afectó mi juicio
Este post no se trata de mi mala vida, por lo menos no de toda
ella, este post trata de la re-lectura de "MalaVida", libro que terminó afectando mi juicio, digo, mi opinión, más
bien mi creencia en el fin del mundo, como si lo hiciera a propósito de los
anuncios más recientes acerca del tema, tan ampliamente difundidos en las redes
sociales por estos días.
Y es que los desastres naturales, huracanes, inundaciones –Irma,
María, Arlene-, los anuncios de guerra (nada que ver con Trump y Pyongyang,
ellos son gente de paz), han estimulado la sed de fin de mundo, que según
quienes lo vaticinan no puede ser menos que apocalíptico, cataclísmico. ¿Sabían ustedes que ya tenemos una fecha para
ello y está fijada para el 23 de septiembre de este año? ¡Así que todos a
prepararse! Ah, ¡pero, ésa fecha ya pasó! ¿Qué falló entonces? ¡Averíguelo Vargas!
Bernard reconstruye
en su obra la Francia de 1345 y, sobre todo, sus zonas rurales, que resume en
un burdel, como
indicándonos que la decadencia, en ciertas etapas de la historia de la
humanidad lo invade todo. En él, en el burdel, todos confluyen, ya Marión, la
madame; Rémi, el Tuerto y examante de la primera y líder de una banda de
salteadores de buenas maneras o como los llamaríamos hoy, ladrones de cuello blanco, que siguen pululando por estos lares, ya en Colombia, en América toda, mejor
dicho en todo el mundo; sobre todo los de cierta clase, la política, que de
coctel en coctel y de banquete en banquete se dedican a hurtar usando como
estrategia, la demagogia (o el arte de
parecer sabio a punta de diarrea mental y mucha prosopopeya).
Cualquier parecido con nuestra realidad colombiana, que por estos días se convierte en un lupanar (que ésta con éste, que aquél con aquél y que ésta con aquella y con aquellos -qué orgía política-), es mera coincidencia. Los vemos desfilar con y sin corbata, muy pulcros y muy majos, recogiendo firmas o inventándose cuando artimaña puedan para embaucar a desprevenidos y necesitados, a olvidadizos y recurrentes, a ciegos y sordos de historia lejana y reciente, buscando comprar votos por un tamal, venta de conciencias al mejor postor, entretenidos mientras llega el final, no precisamente del mundo, sino el robo.
Cualquier parecido con nuestra realidad colombiana, que por estos días se convierte en un lupanar (que ésta con éste, que aquél con aquél y que ésta con aquella y con aquellos -qué orgía política-), es mera coincidencia. Los vemos desfilar con y sin corbata, muy pulcros y muy majos, recogiendo firmas o inventándose cuando artimaña puedan para embaucar a desprevenidos y necesitados, a olvidadizos y recurrentes, a ciegos y sordos de historia lejana y reciente, buscando comprar votos por un tamal, venta de conciencias al mejor postor, entretenidos mientras llega el final, no precisamente del mundo, sino el robo.
El concepto del
fin del mundo, recurrente en todas las épocas de la historia de la humanidad,
actúa como un decantador de hombre y mujeres, a unos los pone de rodillas
frente a su dios y a otros frente a los placeres del mundo, exigiéndoles una
respuesta inmediata; algo así como que si llegado el apremiante momento, aquél preciso
instante, tuvieras que decidir qué hacer. Igual que el planteamiento que me
hiciera mi amiga, Adriana López, durante los recientes eventos acaecidos en
Miami. Ella, siempre tan histriónica, preguntaba abiertamente en su fanpage, “¿Y,
si fuera verdad que el mundo se acabara mañana? -quizás temiendo a Irma-, ¿Qué
tendría que seguir haciendo? ¿Qué me dirías?”. Unos respondieron -“seguir haciendo lo mismo que todos los días, es
decir, trabajando, comiendo, respirando cotidianidad”- otros -“llamar a los
seres queridos”-, sólo por mencionar algunas de las respuestas.
Pues bien, para el
amplio grupo de personajes que desfilan por “Mala Vida”: condes,
ladrones, condesas, tuertos, doncellas y no tan doncellas, maleantes de toda calaña,
curas y lisiados, políticos y académicos, soldados y artistas, viudas, solteros
y casados y humanos sin nada de virtud o aparentando tenerla; la decisión es
más sencilla, entregarse a los placeres de la vida, ya atragantados de comida,
de bebida o entregados a la piel, en una eterna bacanal desenfrenada en donde
la pregunta por el fin se presenta como la máxima de las reflexiones, entre escena
y escena.
Es como si la
intención de la autora no fuese otra que la de ponernos a todos en el mismo
costal, el del final del mundo o como si no obstante la alta o baja alcurnia, la bajeza de nuestro ser, la virtud, la abundancia o la escasez, todos,
absolutamente todos iremos a morder el polvo -bueno, ahora es peor, el fuego,
que debe arder más, menos mal que a ésas alturas ya no se siente nada-.
Suzanne Bernard es
una maestra de la comedia seria, digo de la comedia bien hecha. Este es un
libro que te hará reír, que aportará un tanto a pulir tu
sentido del humor y, de paso, aprender que la pregunta por el fin del mundo ha
estado siempre. ¡Se las recomiendo!
Vienen más sorpresas de diseño de interiores, poesía, literatura, quesos, vinos, viajes, teatro, danza y otros temas, espéralos en un nuevo post.
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Aplausos! Me encantó el artículo, buscaré el libro para leerlo, lo muestras muy interesante, un abrazo. Saúl Nova.
ResponderEliminarSaúl, tu comentario me halaga viniendo de tan buen lector, de verdad que vale la pena leer este libro.
EliminarMe encanta lo que haces, fan # 1 �������� Patricia Carnevali
ResponderEliminarPatricia, gracias a ti por leerme y alentarme a seguir escribiendo.
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