EL VALOR DE 1 AMISTAD, 3 VIAJES Y 1 HOMENAJE
El Valor de 1 Amistad, 3 Viajes y 1 Homenaje
¡La vida me sorprendió y
yo me dejé sorprender! Corría el año 1988, recién llegado a la Apostólica en Santa
Rosa de Cabal, Risaralda (de este capítulo he hablado en el post titulado “Olorosos Unos, Apestosos Otros, Pero Deliciosos Todos”). Era un mayo florido y
corría la voz en toda la casa de que llegaría un famoso visitante. ¡Qué
intriga! Se decía que el visitante había estado viviendo en África, entre
pueblos nativos, que hablaba varias lenguas, entre ellas, varios dialectos africanos.
Todo esto me causó no sólo curiosidad sino admiración anticipada. ¡Tierras inhóspitas
y lejanas, qué gran objetivo para un adolescente que nunca había salido de su
pueblo y que soñaba con surcar mares!
Tributo a mi amigo, P. Álvaro Restrepo, fallecido el 7 de marzo pasado. Un gran hombre pequeño. |
A la semana siguiente se
nos convocaba para que nos reuniéramos en el estudio –un intimidante y enorme salón, con tarima incluida en donde se sentaban
los caciques de la tribu, y con más de cien escritorios unipersonales
dispuestos en hileras, unos detrás de otros-, para conocer al ya famoso
personaje, al Padre Restrepo. De pronto, como deshaciendo pisadas, cruzó el
largo salón con piso de madera sonoro, acompañado de otros curas, su presencia
se hacía notar, en ése momento no lo sabía, después lo supe, era el hombre más
bajo de entre aquellos, pero su espíritu era el más alto, un aura lo acompañaba.
Sonrisa al viento, carcajadas estridentes resonaron por todo el lugar, era
Álvaro Restrepo, el famoso misionero de África, de Bolivia, de Perú, de Israel,
del Líbano, de Francia, de España, de Colombia, del mundo.
La mezquita de Omar y el Muro del Recuerdo (mal llamado de las lamentaciones), dos de los símbolos más contradictorios de las religiones que representan. |
Sus palabras se
impusieron, -lo que aquel hombre no tenía
en estatura lo tenía en resonadores-, y con la potencia de su voz, nos
dirigió un saludo a los pichones quienes sorprendidos por la presencia de tal
personaje, no hicimos más que escuchar con ojos desorbitados la experiencia de
un hombre de mundo, de lenguas, de culturas, a un ser humano, el más sencillo
de todos. Yo estaba emocionado, la curiosidad me invadía, las preguntas querían
salir, pero mi timidez no las dejó salir cuando el rector autorizó hacerlas –y, es que por ésos días yo era tímido-,
así que no las dejé ser preguntas, esperé hasta el final, cuando me acerqué al
círculo humano que habían trenzado mis compañeros más arriesgados en torno al
visitante, aquellos que quizás no pensaban antes de hablar o, mejor, los que eran
más avispados que yo.
Cuando el círculo se fue
cerrando a causa de la escasez de nuevas preguntas y la disminución de
espectadores, me vi, a fuerza de circunstancias entre el Padre Álvaro y tres
más de los que quedaban, conmigo cuatro. No tenía más remedio que interlocutar,
así que saqué las preguntas que había elaborado con precisión gramatical y con
dificultad las formulé. ¿Cómo era vivir entre nativos? ¿Qué tanto tiempo tomaba
ir desde Colombia a África? ¿Qué tan difícil era aprender un dialecto africano?
¿Qué peligros comportaba vivir en tierras desconocidas? Solté aquella retahíla,
formulé todas mis preguntas de una vez. El misionero, me miró y con sonrisa
sempiterna, me dijo, -“de una en una, mi
querido pan de trigo, de a una”-, no tuve más remedio que sonreír; después,
peguntó mi nombre y procedió a responder una a una ésas preguntas que siguieron
multiplicándose, -desde entonces me llamó
Luchito-, hasta que los demás oyentes, quizás cansados de mi tanta
curiosidad, se marcharon, (años más tarde,
mi amiga Alexandra Bo Roiz me diría, “Luis, tú tienes un alma vieja”, y comprendí
que sí, que la tenía, siempre me comunico muy bien con personas mayores).
En los minutos
siguientes, recibí las lecciones de geografía, historia y de viajes más
completas que hubiera podido tener hasta entonces, y con aquella grata
conversación quedaba sellada una verdadera amistad. El padre Álvaro, se marchó
al día siguiente a tierras lejanas, de cuando en cuando cruzábamos
correspondencia y nuestro gusto por la poesía; un par de encuentros en Cali y
Bogotá durante algunas de sus visitas a Colombia, nos permitirían seguir
cultivando la amistad.
Primer
Viaje
Pasaron doce años desde
aquella grata conversación, hasta que me propuse ir a visitarlo a Jerusalén en
donde se encontraba trabajando entonces, era el año 1999, así que planeé estar
en Israel para el cambio del milenio, no podía estar en mejor lugar para vivir
el anunciado apocalipsis o el llamado “efecto 2000”, –en el mundo de la informática se creó una psicosis colectiva que
traspasó a todas las esferas de la vida humana, sobre lo que iba a pasar a las
0 horas del 1 de enero-. Según las predicciones, las máquinas
enloquecerían al interpretar los dos ceros como la llegada del apocalipsis y
con ello el mundo sucumbiría a su destrucción, dada nuestra dependencia de las
máquinas y del código. No podía dejar de asistir pues, a mi propia destrucción
en una tierra que no termina de construirse aún.
Cena con visitantes de otros países |
Alisté mi viaje, empaqué
como quien no quiere regresar, ganas no me faltaron de quedarme en aquel
enigmático desierto, no sé haciendo qué. A la llegada al aeropuerto Ben Gurión,
primera sorpresa, -passport, preguntó el
funcionario de migración-, ¡colombiano! -afirmó
enseguida-, y con una señal, hizo que cinco funcionarios se acercaran, al
parecer policía aeroportuaria, quienes me dijeron que iban a hacerme un par de
preguntas, -me pareció que fueron más de
dos- y que si aprobaba el examen –para
mí fue un examen de coherencia-, podría entrar al país.
Foto hippie en el Mar Muerto |
Nadie me había advertido
de tal situación, -y yo, un mechudo como
era, cara de bohemio que a lo mejor se les antojaría de terrorista, y para
ajustar, procedente de una nacionalidad que por ésos años estaba en entredicho-.
No lo puedo negar, casi me meo, me puse muy nervioso, pero mi razón y mi
respiración se sobrepusieron, no estaba dispuesto a tener que devolverme. Preguntaron
mi nombre repetidas veces, mis apellidos, mi nacionalidad, mi profesión; una y
otra vez, y, pues como yo me llamo Luis Fernando Sánchez Hurtado, no tenía más
remedio que volver a repetirlo; al igual que repetí mi profesión, maestro y mi
nacionalidad, colombiano, y; sobre todo, mi mirada directa a los ojos de
quienes me interrogaban. Pasaron unos diez minutos que a mí se me hicieron horas.
La funcionaria, que parecía la jefa, abrió mi pasaporte y puso en él un sello,
una visa por un mes, y con eso, otro problema, pues tenía planeado estar un mes
y medio, así que no hubo más remedio que pagar la consabida multa y regresarme
antes, pero mi aventura estaba inaugurada, ya tenía algo que contar, -gracias a Dios, la situación ha cambiado
para los colombianos-.
¡Respiré profundo! Ya
estaba de camino, al final, una cara conocida en aquel mundo extraño, mi amigo
Álvaro, también viviendo de los nervios, pues ya hacía bastante tiempo que los
demás pasajeros habían salido, pero no yo. De seguro él también respiró
profundamente.
Foto en Tiberíades (Mar de Galilea), Israel |
Durante ése primer viaje
a Israel, tuve la fortuna de recorrer innumerables veces la Citadela de David en
Jerusalén (ciudad antigua de David), con sus murallas, sus torres y sus almenas;
el museo del libro –con sus milenarios rollos
bíblicos encontrados en Qumran-; el museo del holocausto que me hizo
derramar lágrimas –jamás puedo
acostumbrarme a la barbarie humana-; estuve en Ein Karem, en donde según la
tradición cristiana, Isabel recibió la visita de su prima, María; me bañé en el
mar muerto y, lo mejor de mi visita, fui a Masada, la gran fortaleza en el Mar
Muerto, construida por Herodes el Grande –cuentan
que desde allí acostumbraba despeñar a sus amigos cuando dejaban de gustarle-.
Allí también en el siglo I, un grupo de unos mil judíos liderados por Eleazar ben
Yair, de los Macabeos, decidió poner fin a sus vidas antes que dejarse capturar
por los romanos, tras un largo asedio.
Recuerdos de visitas a diferentes lugares de interés público |
No paré, un día aquí
otro allá, gracias a mi amigo Álvaro y a su generosidad sin límites, -pues con mi sueldo de maestro, en ésos días
hubiera sido imposible pagarme un hotel y darme aquel viaje con antojos-.
Fui a Nazareth, a Jericó, al esplendido puerto de Haiffa, a Akko (San Juan de Acre) y a Belén, en donde visité la gran catedral de la Natividad y me sumergí
en sus calles con la idea de ver cómo era posible la “convivencia” entre ésas tres
culturas monoteístas (Musulmanes, Cristianos y Judíos); pero no vi más que
desconfianza y temor, era como si las calles estuvieran esperando a que una
bomba explotara en el lugar menos pensado o como si todos los que caminaban a
mi lado estuvieran realizando la última caminata de sus vidas, antes de la
inmolación. No pude aceptar ni entender aquel miedo que helaba mis huesos, -y lo sentía yo que venía de un país que
vivía una guerra de narcos-, esa sensación afectó mi idea de Religión, de
Dios y del Hombre.
Foto arriba en Akko; foto abajo a la izquierda, ladera en Jerusalén; foto a la derecha en Masada. |
Y como esto se puso largo, seguiré con mi homenaje a mi Amigo Álvaro Restrepo, en una SEGUNDA entrega…continuará.
Amigo, tus historias y videos de viaje son bienvenidos en este espacio. ¡Anímate a compartirlos!
Eres muy buen amigo, Luis Fernando.
ResponderEliminarMe encantó verte con tu pelo largo, crespo, como te conocí.
Gracias por compartirme esos infinitos momentos. Yolanda Corredor.
Mi querida Yolanda, ése es el tesoro más grande que podemos conservar, la amistad es más importante que el dinero.
EliminarGracias por compartir tus vivencias de viaje en forma tan amena
ResponderEliminarGracias por compartir tus vivencias de viaje en forma tan amena
ResponderEliminarGracias por compartir tus vivencias de viaje en forma tan amena
ResponderEliminarMil gracias amigo por tu comentario que me alienta a seguir escribriendo.
ResponderEliminarCuanto lo siento (por la muerte del P. Álvaro), conocerlo me inspiró mucha paz, y me hubiera gustado compartir un poco más con él, que lindo que puedas rendir un homenaje en nombre de esa amistad.
ResponderEliminarTe deseo lo mejor, y no creas que no te leo, si lo hago, compartí tus escritos con mi mamá y le gustó mucho tu estilo, me dijo que no te conocía pero que le parecías una persona muy interesante, entonces la puse al día con algunas historias que compartimos en Madrid, y ojala algún día pudiéramos vernos también en algún lugar de este mundo. Ninotchka Pacheco.
Querida Ninotchka, aprecio tus palabras, ha sido triste perder a mi querido amigo, el padre Álvaro, pero qué le vamos a hacer, la muerte es puerto y llegada obligatoria. Espero que algún día nos veamos en tus lares. Un abrazo.
EliminarBuenas noches gracias por compartir este capítulo de tu vida, lleno de voz, de recuerdo, gratitud, amor y ganas de celebrar el encuentro y de avivar las Brasas de la amistad.
ResponderEliminarGracias Diana, lo hago con mucho cariño y con toda mi dedicación.
EliminarCómo desearía copiarlo todo este libro. Gracias por compartirlo. Luis Herrera.
ResponderEliminarLuis, gracias por tu comentario. Voy a estar posteando en mi blog, si lo deseas te puedes suscribir y te llega el aviso al correo, cada vez que haya un post nuevo.
EliminarQué buena crónica Luis Fernando, te felicito por esa espectacular experiencia y por haber compartido con ese gran misionero, el padre Alvaro, ojalá muchos sigan su ejemplo de entrega misionera. Lo recuerdo como una persona muy sencilla y muy amable. Luis Fernando Ardila Quiroz.
ResponderEliminarGracias Luis Fernando, tu comentario me anima a seguir escribiendo. Te invito a visitar mi blog y leer la segunda parte de esta crónica y el post titulado "Olorosos unos, apestosos otros, pero deliciosos todos", en donde hablo también de mi experiencia en la Apostólica.
ResponderEliminarLuis Fer, que bien se siente leerte! Así como Álvaro fue una inspiración para ti, tu la has sido para mi. Un abrazo, y bueno, trataré de leerte cada vez que pueda!
ResponderEliminarMe halagas Deisy, me conmueve tu comentario. Un abrazo cargado de los mejores deseos por tu felicidad sin límites.
EliminarLo bueno de ser tan buen amigo como usted, es que siempre tendrá acogida a donde vaya.
ResponderEliminarMuy ameno y es que usted habla así. No tiene que ponerse a elaborar pensamientos complicados. Como lo sintió, lo vio y lo vivio. Y esas fotos que me deslumbran. He visto otras de otros viajeros, pero las suyas muestran exactamente lo que uno desea conocer de esos lugares.
Gracias. Un abrazo. Luz Stella Muñoz.
Sra. Stella, qué honor saberme leido ppr su merced. Gracias por sus comentarios. Otro abrazo de retorno.
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